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Fernando Savater conversa con Dios

III SANTIFICARÁS EL DÍA DEL SEÑOR

Fernando Savater

“Santificar las fiestas”... pues muchas gracias. ¡Por fin un mandamiento en el que se ordena algo agradable! Es el único caso de tu lista de prohibiciones en la que se recomienda algo divertido: un día de descanso, de fiesta y de satisfacción.

De cualquier manera, tampoco es tanto, es sólo un beneficio sobre diez obligaciones. Pero, la verdad, es mejor esto a no tener ninguno. No... no creas que nosotros no te lo agradecemos. Quizá no tanto como tú quisieras, pero reconoce que siempre eres un poco exagerado, ya sea para ordenarnos como para pedir agradecimientos.

Sí... también sé que siempre generamos la discordia y no nos ponemos de acuerdo cerca de cuál es el día que propusiste para el descanso. Los musulmanes consideran el viernes, los judíos insisten con el sábado y los cristianos prefieren el domingo. Supongo que además habrá otras religiones que tendrán sus propios días, que no son ni viernes ni sábado ni domingo.

Pero debes reconocer que es muy difícil cumplir este mandato porque, es definitiva, mientras hay alguien descansando otros tienen que trabajar. Además, en este mundo sucedió algo que ni tú ni moisés imaginasteis en su momento, y es que a muchos hombres les iba a ser imposible tener un día de descanso, porque lo que no tendrían sería trabajo. Entonces, ¿descansar de qué?

El problema de millones de seres humanos en continentes enteros es que están en el paro. Son desocupados y ni se les ocurre pensar en los beneficios del tercer mandamiento porque lo que más anhelan es tener algo que hacer. Querrían poder cansarse trabajando, obtener beneficios para luego poder disfrutarlos. Descansan a la fuerza y, aunque no lo parezca, se trata de una situación que no es nada placentera.

Así pues, muchísima gente ha cambiado su relación con el trabajo y con el ocio. Aunque, entre tú y yo, podrías haber sido más amable y haber puesto en la semana seis días de descanso y sólo uno para ganar el pan con el sudor de nuestra frente. De esta manera se habría repartido más el trabajo y es probable que todo el mundo tuviese ocupación. Sí, ya sé que no eres una agencia de empleo. Comprendo que estabas iniciando el mundo y no podías tener todo en la cabeza, con lo que algunas cosas se te pasaron. Pero si tú no has podido con todo, ¡imagina lo difícil que es para nosotros, que sólo somos seres de carne y hueso!

DESCANSAR CUANDO SE PODÍA

“Recordar el día sábado para mantenerlo santo, trabajarás seis días y en ellos harás todo tu trabajo, pero el séptimo día es un día consagrado a Yahvé, tu Dios. En él no harás ningún trabajo, ni tu hijo o tu hija, ni el criado y la sirvienta, tu ganado o el viajero que esté en tu morada, porque en seis días Yahvé hizo l cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos y descansó e séptimo día. Por eso Yahvé bendijo el día sábado y lo consagró.”

La idea de un día para santificar y que sea una fiesta ritual para ofrendar el Señor está ligada al concepto de semana. Para los griegos y los romanos cada uno de los días estaban dedicados a un dios determinado.

Además, como señala Luis de Sebastián, si las personas trabajan de sol a sol todos los días del año, ¿cómo iban a dedicar tiempo al culto? “Y si no tenían tiempo para el culto y la religión, ¿cómo iban a ponerse bajo el influjo de los líderes religiosos del pueblo para ser dirigidos por ellos? ¿Cómo iban a dar sentido, poder social y consistencia económica al aparato religioso del templo, las sinagogas y los funcionarios? La institución del sábado, del día sagrado en que no se trabaja, es la forma histórica de reserva de tiempo de la vida humana para la religión y hacerla así socialmente relevante.”

Una jornada para un Dios, fuera del mundo del trabajo, quedó unida a la rutina en las ciudades, la de los comerciantes, y la de aquellas personas que abandonaron el campo. Los campesinos nunca han trabajado, ni en el pasado ni hoy, dividiendo su tiempo en semanas, sino según las estaciones y las épocas del año. Tenían que sembrar en un momento y cosechar en otro y no podían atenerse al pequeño período de siete días.

Esta rotación abstracta de una semana no tiene nada que ver con el sol, la lluvia o el viento, pues está relacionada con la forma de acotar el tiempo en la ciudad. El día de descanso es una censura en ese ininterrumpido camino de las semanas laborales, que apareció cuando los seres humanos dejaron de lado los trabajos más ligados a los ciclos de la naturaleza. Entonces se inventó ese mini ciclo perpetuo, al margen del calendario solar, que es la semana laboral tal y como hoy la conocemos. Por lo tanto, el día de descanso es una convención que sortea la naturaleza, en el que nada tiene que ver el sol ni las estrellas, ni las siembras ni las cosechas.

El catedrático José María Blázquez (1) explica que “en el mundo judío había cinco grandes fiestas, planificadas en función de la agricultura, que al parecer estaban copiadas de los cananeos y los fenicios. Estas grandes fiestas, como la de los Tabernáculos, las Pascuas, etcétera, eran de carácter obligatorio y generaban una interrupción en el trabajo, porque la gente debía desplazarse hasta Jerusalén, que era el centro de celebración”.

Los cristianos cambiaron el día a santificar, que en su religión pasó a ser el domingo. ¿Por qué el domingo y no el sábado? Porque desde el primer día se celebro la resurrección de Cristo.

“Esto fue así –explica el padre Busso- porque a la semana misma de la resurrección de Cristo, el domingo, los apóstoles se reunieron para celebrar el milagro. Pero por otro lado, qué importa el día. Uno llega a Jerusalén los viernes y están los musulmanes, el sábado los hebreos y el domingo los cristianos. Lo importante es que la religión tenga la unión concreta del hombre con Dios y se manifieste en un acto de culto, más allá del día elegido, aunque para los cristianos sigue siendo el domingo el día de santificación.”

TRABAJAR, PERO NO MORIR EN EL INTENTO

Un amigo mío solía repetir que la prueba más contundente de que el trabajo no es bueno, sino todo lo contrario, es que te pagan por hacerlo. No hay que olvidar, especialmente cuando hablamos de vivir para trabajar, que lo importante es sólo trabajar para vivir, y no sacrificar la vida al trabajo. No es casual que la palabra “trabajo” venga de tripalium, que era un instrumento de tortura.

En realidad, la idea de dedicar un día a Dios fue una excusa magnífica, ya que no se podía cocinar, trabajar, ni encender fuego, etc. Lo único posible era permanecer en un estado de pasividad. Además, este mandamiento ponía paños fríos sobre la histórica maldición bíblica a Adán y Eva, cuando fueron expulsados del Paraíso, y que dejó a la humanidad sin más opción que trabajar y trabajar para ganar el pan con el sudor de su frente. La maldición fue terrible: “Por haber escuchado l a voz de tu mujer y por haber comido del árbol del que se te dijo: "No comerás de él", ¡maldita es la tierra de tu causa! Con esfuerzo comerás de ella todos los días de tu vida, la cual producirá ortigas y cardos y tú comerás los frutos del campo. Con el sudor de tu frente comerás pan hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste sacado. Eres polvo y al polvo regresarás”. El judaísmo asoció desde un principio la idea del descanso al Génesis, a la creación del mundo. “Dios creó el mundo durante seis días y el séptimo descansó.”

“El hombre no puede estar constantemente creando –dice en su contemporánea explicación el rabino Isaac Sacca- porque eso genera estrés. Tienen que existir momentos para el relax. Basta de crear. Hay que mirarse a sí mismo para reflexionar, analizar y descansar espiritualmente. Existen treinta y nueve trabajos básicos creativos y sus derivados que están prohibidos el séptimo día, que es un regalo de Dios al hombre para que éste lo disfrute.”

LA ESCLAVITUD FUE UN AVANCE

La esclavitud es uno de los males más terribles que ha padecido la humanidad durante siglos. Pero a riesgo de ser considerado un hombre de las cavernas, les aseguro que ser esclavo tenía su lado bueno, y con todo, fue uno de los grandes avances de la civilización.

En el fondo de los tiempos, los pueblos guerreaban entre sí y el destino de los adversarios derrotados no era otro que el de la muerte. No existía piedad para el vencido, ni para su familia. El triunfador masacraba a hombres, mujeres, niños y ancianos.

Cuando los pueblos comenzaron a necesitar mano de obra para cubrir sus requerimientos de agricultura, ganadería y construcciones, entendieron que era mucho más útil esclavizar a los sojuzgados que matarlos, con lo que además les daban una posición de supervivencia.

Ese esclavo conquistado y sometido por la fuerza se convertía en parte de la sociedad a la que se integraba, aunque careciera de todos los derechos que poseían sus amos. Poco a poco, a lo largo de los siglos esos trabajadores fueron ganando reconocimiento y dignidad, de tal modo que el trabajo pasó de ser una obligación atroz a ser un derecho exigible y necesario, rodeado de garantías. Esta historia de la evolución de las fuerzas laborales está inmersa en el desarrollo de la civilización.

Pero el trabajo no siempre ha sido un valor tan bien visto. En el pasado era identificado con las clases bajas, una maldición a la que estaban obligados los pobres. Los valores imperantes eran los aristocráticos: la guerra, la caza, el baile, el mando. Las personas que vivían de forma deseable no trabajaban y se enorgullecían de no hacerlo. Las mujeres debían tener sus manos finas y tersas, no encallecidas por las tareas diarias. Sus rostros debían ser blancos, lo que las diferenciaba de las miserables campesina que se exponían todos los días al sol.

A partir del siglo XIII las cosas empezaron a cambiar, con el ascenso de la burguesía, se comenzó a tener en cuenta la importancia de que un a persona fuera trabajadora, responsable y que pudiera levantar una empresa con su esfuerzo.

Al llegar el siglo XIX estos conceptos se impusieron de forma definitiva, Como contraposición, a fines del siglo pasado hubo una nueva revaloración del ocio, del que todos intentamos aprovechar para volver a ser, por los menos un poco, aquellos aristócratas que dejamos en el pasado.

El dinero, que a veces es producto del trabajo y otras no, creó nuevas jerarquías. Por lo tanto, lo que tengas en tu cuenta bancaria tiene más importancia que la herencia de sangre. La habilidad comercial reemplaza al conocimiento en el manejo de las armas, aunque éstas sean utilizadas muchas veces para defender los intereses económicos.

Van surgiendo nuevas servidumbres que Yahvé no tuvo en cuenta como legislador. Siempre me hago la misma pregunta: ¿ha merecido la pena este proceso modernizador que nos llevó a ser propietarios? También respondo con otra pregunta: ¿tiene sentido ahora calificar ese proceso, que no veo cómo se podría cambiar?

Sin embargo, no toda la humanidad es igual. Los pueblos considerados incivilizados trabajan muy pocas horas al día y no necesitan de muchos objetos para vivir. Tampoco se preocupan por las posibles dificultades que pueda acarrear el futuro. Lo que sí tienen, y de sobra, es tiempo libre, que utilizan para divertirse o sencillamente para no hacer nada. Los especialistas en temas económicos insisten en que esta gente vive en la escasez. Lo que no entienden los economistas es que son millonarios en ocio, uno de los bienes más preciados en estos días. A propósito de los economistas, en el siglo XIX el escritor escocés Thomas Carlyle se refería a ellos como “respetables profesores de una ciencia lúgubre”. Y no hay que pensar mucho para llegar a la conclusión de que en la médula misma de la economía está lo más lúgubre de la ciencia lúgubre: el trabajo.

El problema más acuciante es el ocio,
pues es muy dudoso
que el hombre se aguante a sí mismo
NACHO DUATO

Vivimos en una época en la cual el ocio es más cansado que el trabajo. Por ejemplo, la gente siempre vuelve agotada de las vacaciones, y sería conveniente inventar una forma que permita descansar del descanso.

Nuestro tiempo es de la “Revolución del ocio”, que se convierte en un ideal y en un destino para la mayoría de las personas. Aunque parezca una contrasentido, el ocio es hoy un tiempo ligado íntimamente a la producción. Es el momento del gasto. Se trabaja con intensidad para acumular dinero que luego será gastado durante las vacaciones, la segunda residencia de recreo, las diversiones, el entretenimiento, etc.

Pero de nada sirve el dinero que uno pueda acumular para utilizarlo en los momentos de ocio, si no está enmarcado en lo cultural. Porque es la cultura la que prepara al hombre para el ocio, no sólo para la productividad y la vida laboral, sino para poder crear y recrear cosas en los momentos en los que no trabaja para otros. La cultural le permite al individuo utilizar la totalidad de sus fuerzas para gustos, sin necesidad de comprarlos.

Una persona inculta se diferencia de una culta porque debe gastas más dinero en sus momentos de ocio, porque no puede generar nada por sí mismo y necesita comprar todo fuera.

Una persona culta aprovecha los momentos de descanso para desarrollar lo que lleva dentro. Por supuesto que puede utilizar cosas externas, por ejemplo libros discos, pero es él quien pone el valor agregado en el ocio. Utiliza sus conocimientos, memoria y sensibilidad para generar algo distinto al trabajo diario.

Por estas razones se debe tener en cuenta que no solamente hay que educar para desarrollar un oficio o una profesión. También hay que educar para el ocio, y conseguir una capacidad creativa, que nos evite vivir esos momentos sólo en el despilfarro y el consumo, como hacen los prisioneros de su propia incultura.

Luis de Sebastián explica que “el tercer mandamiento supone que se trabaja para vivir decentemente y sólo manda que no se viva para trabajar exclusivamente. Además, hay que vivir para causas nobles, para los demás y para uno mismo en cuanto persona lúdica, que necesita descanso y ocio para ser más humana y para aprovechar las capacidades de disfrute con que está dotada. En ese sentido, es éste el mandamiento del ocio y del juego, de la diversión, del cultivo del deporte, de las artes y del disfrute de la vida. Y no solamente el mandamiento de ir a misa los domingos bajo la angustiosa amenaza del fuego eterno”.

También hay que reflexionar acerca de para qué queremos todo lo que conseguimos con el trabajo. Estás trabajando seis días a la semana y de pronto hay un día en que paras, miras al cielo y al infierno, y te preguntas, como haría un andaluz: “¿Y to pa qué?”. Y ese instante de reflexión es el descanso.

MODERNIDAD, DESEMPLEO Y DESEQUILIBRIOS SOCIALES

A comienzos del siglo XX, escritores de ciencia-ficción y utopistas imaginaron que íbamos hacia una civilización del ocio, en la que cada vez se trabajaría menos y habría más tiempo para el descanso, la creatividad y el juego.

Lo que ocurrió fue algo parecido, pero con un signo bastante más siniestro. En lugar de llegar a la civilización del ocio vivimos en la civilización del paro. Está compuesta por grupos de personas que trabajan mucho, horas y horas, pero sólo para defender sus puestos de trabajo, que no se los quiten. La gente renuncia, incluso, a descansos y se obligan a hacer horas extraordinarias.

Por otro lado, otros millones de personas no tienen acceso al trabajo, viven e el paro, de la asistencia pública en el mejor de los casos, porque en muchos países son sencillamente indigentes que no tienen cómo conseguir ningún tipo de ingreso.

Esta situación dispar hizo que se produjera una modificación en el significado del ocio. Hoy ha dejado de ser un tiempo de descanso. Como ya dije, es el momento del gasto, del consumo. Así, la gente se esfuerza y acumula más estrés en los momentos de ocio que en los de trabajo. Porque es en esos momentos cuando tiene que pensar en qué y cómo comprar todo aquello que le divierte o que le puede proporcionar la sensación de un estatus superior.

En esta desproporción del trabajo, unos mueren de infarto por exceso de ocupación, mientras que otros mueren de hambre o de abandono por haber perdido las posibilidades de integrarse laboralmente a la sociedad.

¿Por qué el trabajo está mal repartido y no se pueden equilibrar estas desproporciones? Lo que sucede es que hoy ya es un bien social, no sólo un camino de producción, sino un camino para incorporarse ala comunidad. La gente necesita trabajar no sólo para comer, sino para no sentirse excluida de la utilidad y el reconocimiento social.

Creo que uno de los grandes desafíos económicos, sociales y políticos del siglo XXI es alcanzar un justo reparto de la demanda laboral para evitar que se siga profundizando la enorme brecha que hay entre los países donde existe el trabajo y los otros, obligados al ocio forzoso.

Acá hay tres clases de gente,
la que se mata trabajando,
la que debería trabajar
y la que tendría que matarse.
MARIO BENEDETTI

El trabajo en la antigüedad podía ser extenuante pero, al menos, el individuo guardaba siempre la impresión de que era el dueño de aquello que estaba haciendo. Con su esfuerzo veía brotar un objeto, un producto. Algo completo y determinado que salía de sus manos.

El trabajo moderno es distinto. Tiene como característica que los trabajadores, además de fatigarse hasta la extenuación, nunca ven el producto de los que están haciendo. El obrero sólo aporta una pequeña tuerca, una mínima modificación. Luego, mucho más tarde, aparece el producto, pero más allá de los que puede ver el trabajador.

Existe entonces una sensación de automatismo en el vacío. De hacer un gesto final que el autor nunca puede ver y que tiene que componerse de otros cientos de gestos similares. Esto es lo que produce la especial angustia de la cadena de montaje y del trabajo de la modernidad, que ha sido tan bien representado por el cine.

Por supuesto que las imágenes de Tiempos modernos, de Charles Chaplin, son de gran impacto. Las filas de esclavos de Metrópolis, de Fritz Lang, también están en la memoria colectiva, y cada vez que se vuelven a ver tienen la contundencia del primer día. Allí se muestra lo que explicaba: la idea del trabajo desligado de la obra, que era lo que compensaba el esfuerzo; la robotización de las tareas. No es casual que la palabra “robot”, que inventó Karel Capek, signifique “trabajador forzado”, un símbolo del tipo de conducta que el cine muchas veces ha denunciado.

LA MÁQUINA, UN SUEÑO FRUSTRADO

Uno de los sueños más antiguos de la humanidad ha sido que las máquinas libraran a los hombres del trabajo, que fueran una especie de esclavos mecánicos que les permitieran vivir en un ocio creativo mientras ellas se encargaban de todas las labores. Existen obras de ciencia-ficción, e incluso textos sociológicos, que en su día planteaban cómo las máquinas podían terminar con esa condena humana que es el trabajo.

La realidad ha sido bien distinta. Si bien es cierto que, en algunas regiones privilegiadas del planeta, el hombre se ha librado de una serie de tareas, sin embargo, ha quedado ligado a otras. La máquina aumenta nuestras posibilidades de hacer cosas. Multiplica nuestras obligaciones y nuestro tiempo de trabajo. Además incrementa los problemas sociales, porque, al suprimir horas de tares, deja a muchos en el paro, sin que se encuentre una solución.

La máquina no ha servido para hacer un reparto racional del trabajo, sino que ha dado más obligaciones a un grupo y condenó a otros a la inactividad.

Pero las máquinas en sí mismas no pueden resolver problemas sociales, somos los hombres quienes debemos asumir el tema utilizándolas en forma racional. Tal vez una solución fuera disminuir el horario laboral sin reducir los salarios para que pudiese trabajar más gente. O tal vez se podría instituir un modo de tener actividad por períodos, alternándola con años de descanso, revelándonos unos a otros en los empleos. Y me pregunto si no ha llegado la hora de comenzar a pensar en un forma de ganarse la vida que no sea sólo mediante el trabajo. Quizá fuera necesario imponer un salario mínimo y fijo que se cobrase por la simple razón de pertenecer a un grupo social. Es la llamada “renta básica”, conocida como “ingreso mínimo universal de ciudadanía”. No sería un subsidio de desempleo ni un remedio a la menesterosidad, sino una base económica previa a las tareas laborales e independiente de la situación financiera de cada cual. A partir de este ingreso de subsistencia, cada persona podría organizar sus proyectos de trabajo, sus períodos de ocio o de empleo y las actividades no remuneradas que quisiera desempeñar.

Esta renta básica se puede imaginar de distintas maneras, moderadas o extremas, por otra parte, no puede negarse que plantea desafíos complejos, porque sería imprescindible transformar el esquema de asistencia social que rige en la actualidad y la forma en que lo Estados deberían financiar su instrumentación. El resultado más inmediato sería distribuir el trabajo de forma más equitativa, y aliviar los problemas de la desocupación, así como dignificar tareas como las de las amas de casa, imprescindibles, pero que hoy carecen de salario. Pero lo más novedoso sería convertir la actividad remunerada en un opción graduable de acuerdo con la ambiciones de cada persona, y dejar de ser, de ese modo, la tradicional maldición que impuso Yahvé a los hombres que no supieron obedecerle.

Es muy posible que esto no suene bien a los oídos de los expertos, pero yo no soy un especialista en economía. Alguien que sí lo es –el economista neoliberal Milton Friedman- fue quien ideó el proyecto de instaurar un impuesto negativo sobre la renta. Es decir, que todos paguen impuestos de acuerdo a los que perciban, pero cuando los ingresos de la persona sean mínimos que ésta cobre en lugar de pagar.

Marcos Aguinis explica que “el trabajo es una bendición, nos ordena, nos recrea y nos inspira. Hay trabajos que gustan y trabajos que disgustan, pero la falta de trabajo es muy negativa. En los países cuyo ordenamiento social y opulencia les permite que los subsidios por desempleo se extiendan en el tiempo, ya hay generaciones de desempleados, es decir padres, hijos, y en esos casos supongo que debe existir una atmósfera que humanamente me resulta difícil de comprender. De cualquier maneara prefiero decir que la humanidad necesita trabajar.

UN MANDAMIENTO AMABLE

La sociedad Yahvé-Moisés no pensó ningún mandamiento que obligase a trabajar. La necesidad de trabajar era tan elemental que no se consideró necesario incluirla entre las obligaciones de los hombres.

Este tercer mandamiento es el único que nos veda algo que no nos apetece. Se dice: no trabajéis. Algo que a nadie le amarga. Es el mandamiento más jubiloso y más fácil de seguir. Yo supongo que nadie presenta objeciones a pasar un día de descanso. La expresión es santificar las fiestas, pero quiere decir que se debe dedicar la jornada al propio yo, al propio gusto, al desarrollo de la propia personalidad y no simplemente ala productividad. De modo que estamos ante el más hedonista de los mandamientos.

Se trata de un ley que cubre una serie de aspectos que en primera instancia no se nos hubiese ocurrido: las relaciones con el trabajo, con el ocio, con el sentido mismo de la vida. En definitiva, mucho más rico y profundo que simplemente pensar en obligarnos a dejar de hacer nuestra rutina una vez por semana.



(1) José María Blázquez es escritor e historiador español, autor inusualmente prolífico de libros dedicados a diferentes aspectos de la economía antigua, de la sociedad, y del arte cristianos, romanos y tempranos. Actualmente es catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado numerosos libros, entre los que se destacan: Historia de las regiones de la Europa antigua, fenicios y cartagineses en el Mediterráneo e Historia del Oriente antiguo.

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