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Fernando Savater conversa con Dios

EL FILOSOFO INCÓMODO

Fuente: http://recorta.com/93d1cc

Cármen Álvarez

Fue finalista en 1993, sonó (y mucho) en las quinielas del año pasado y, por fin, en esta edición de 2008 Fernando Savater (San Sebastián, 1947) se ha convertido en el nuevo ganador del Premio Planeta con La hermandad de la buena suerte, que presentó bajo el pseudónimo Patricio y con el título La curva del Pardo.

Filósofo, escritor y traductor, ha combinado literatura y filosofía durante décadas. Consiguió hacer best-sellers de ensayos como Ética para Amador, Política para Amador o Las preguntas de la vida. Apostó por la ficción con novelas como Caronte aguarda o El dialecto de la vida y se atrevió con el texto dramático en Último desembarco o Catón. Un republicano contra el César.

Pero a pesar de haber escrito alrededor de cincuenta libros, el nombre de Fernando Savater va demasiadas veces unido a otros como ETA o nacionalismo. Es miembro de la plataforma Basta ya!y la amenza terrorista le hace vivir con escolta permanente. Mientras, él sigue defendiendo que "el nacionalismo es la inflamación de la nación igual que la apendicitis es una inflamación del apéndice" y encuentra su refugio en la filosofía.

De Spinoza hereda la defensa de la ética del querer frente a la del deber y de Nietzsche una profunda defensa de la sociedad laica. Bajo sus gafas de grandes -y excéntricas- monturas, Savater nunca ha tenido problemas en dar a conocer sus ideas y,con un pasado en el que destaca su exilio voluntario durante la última etapa franquista, hoy es uno de los impulsores del partido de Rosa Díez.

En 1993, Savater fue finalista de un Premio Planeta que se llevó el peruano Mario Vargas Llosa. En aquella ocasión, el filósofo presentó El jardín de las dudas, una novela sobre la correspondencia privada entre Voltaire y una dama francesa afincada en España.

Ahora pasa a engrosar la lista de ganadores de este galardón -el más dotado de los premios españoles ya que asciende a los 601.000 euros- y lo une a otros reconocimientos de su carrera, como el Nacional de Literatura, que recibió en 1981 por La tarea del héroe.

LA HISTORIA DE LAS COSAS (o cómo podemos hacer un mundo mejor)

LA HISTORIA DE LAS COSAS (o cómo podemos hacer un mundo mejor)

Desde Barcelona me llega este video. El tema es muy interesante, aunque quizás le encuentres poca relación con la temática del blog. No lo creo, porque el tema es la vida y el futuro de la Humanidad, algo que interesa a Sabater. No te lo pierdas. Es genial. Míralo con calma. Es muy simple y facil de entender. Luego difúndelo. Envíalo a tus amistades. Quizás asi podamos apagar el televisor y dedicarnos a vivir como seres humanos.
Cordialmente
Maximo


Un vídeo. Un resum de moltes coses:

http://video.google.com/videoplay?docid=-5645724531418649230


Se puede descargar al ordenador yendo a:
Es pot descarregar a l’ordinador anant a:
http://recorta.com/51488e

Y la versión original en inglés desde:
I la versió original en anglès des de:
http://web.1.c3.audiovideoweb.com/1c3web3536/StoryOfStuff.mov


The Story of Stuff (La Historia de las cosas) - 21 min - 15/04/2008

Versión doblada al español del video de Annie Leonard. Producción del Video: Free Range Studios.
Doblaje al castellano: Asociación Civil El Agora, Argentina.
El video original en inglés puede ser visto en http://www.storyofstuff.com/




Enviado por:
Salut i independència!
Jordi
http://entrebits.blogspot.com/ ::
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Difundido por:
Maximo Kinast

LA VIDA ETERNA

Fuente: El Averno http://wordpress.elaverno.net

 

La vida eterna

Julio 4th, 2007
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“El crédulo está dispuesto siempre a tragarse lo inverosímil, lo raro, lo chocante… o lo que le resulta más conveniente para halagar su vanidad o conservar sus privilegios. Los crédulos prefieren en todo caso aceptar lo maravilloso o lo truculento a lo que exige un esfuerzo de comprobación y confirma aspectos poco vistosos de la realidad”.
 
Esta es una de las múltiples citas que se pueden encontrar en esta buena obra de Fernando Savater, en un libro que con una dosis de claridad analiza la creencia en la inmortalidad. Base de toda religión. He aprovechado un momento de descanso en mis viajes para añadir este comentario así como mi recomendación a la lectura de esta obra. Compañera de viajes y que en este último he finiquitado, hay otra cita que resalto y que Savater escribe de Borges:
 
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“Del otro lado de la puerta un hombre
deja caer su corrupción. En vano
elevará esta noche una plegaria
a su curioso dios, que es tres, dos, uno,
y se dirá que es inmortal. Ahora
oye la profecía de su muerte
y sabe que es un animal sentado.
Eres, hermano, ese hombre. Agradezcamos
los vermes y el olvido”.
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Sobre la vida, el nacimiento y la finitud humana, Savater comenta en este libro, “nacemos por azar pero seguimos vivos de chiripa y siempre con notable despliegue de esfuerzo por nuestra parte”. Ante la realidad de nuestro ser, “lo que el niño sabe conscientemente y el adulto inconscientemente es que no somos nada sino cuerpo”, cita que toma de Norman O. Brown.
Una obra altamente recomendable que me ha dado momentos de meditación, desconexión con el trabajo diario, el estrés y un frescor sin igual. Se deja leer bien, lenguaje claro, buenas citas y abundantes. Un tema “vital” para el sel humano; la finitud ¿vida tras la vida?, inmortalidad y religión. Termino mi comentario con otra cita de William Butler Yeats, sacada de este buen libro:
 
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“Ni temor ni esperanza dan auxilio
al animal que muere;
un hombre aguarda su final
con temor y esperanza;
muchas veces murió,
muchas resucitó.
Un hombre en su esplendor,
al dar con asesinos
se toma con desdén
el cambio de aliento.
Sabe de muerte hasta los huesos,
el hombre creó la muerte”.
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Resumiendo con esta última cita de Savater, “el hombre no cree en la inmortalidad porque cree en Dios, sino que cree en Dios porque cree en la inmortalidad”. (La vida eterna, pag. 69)
 
Jean Pierre Dubarri (4-7-2007)

APOLOGÍA DE LA INCREDULIDAD

TEMA DE TAPA: FERNANDO SAVATER

Fuente:

www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/04/14/u-00611.htm

Difundido por AAV de Cyberateos



El filósofo Fernando Savater dedica su último libro, "La vida eterna", a la crítica de las creencias religiosas desde un punto de vista político y antropológico. Contra la fe dogmática propone una "incredulidad ilustrada", capaz, sin embargo, de aproximarse a lo sagrado (pero "un sagrado material, no sobrenatural, no divino"). Antes de llegar a la Argentina —la Feria del Libro porteña lo tendrá como protagonista— dialogó con Ñ sobre la fe, la razón y el incierto refugio del arte.



IVANA COSTA .
icosta@clarin.com


El problema no es tan simple. No es sólo cómo nos deshacemos de las religiones, de sus dogmas y prohibiciones, de sus deberes imposibles, del fanatismo de algunos clérigos y de muchos fieles. El problema es, más bien, qué ocurriría si no hubiera una fe como la fe religiosa, ni un sentimiento de gratitud —por la vida, por quienes amamos— o de recogimiento personal, que permitiera dar sentido y gravedad a nuestra existencia. Que nos haga responsables por ella, por el modo en que elegimos vivir. (Porque si no hay nada ni nadie a quien rendirle cuentas ¿por qué debería haber responsabilidad?) A la vez, si no queremos someter nuestra inteligencia al dictamen de lo irracional ni dejar abandonada nuestra vocación de trascendencia, ¿dónde hallaremos refugio? ¿En qué imaginaria República? ¿En la naturaleza? ¿En el arte?

Fernando Savater se ha puesto sobre los hombros esta tremenda cuestión (que —por otra parte— está de última moda). Y en su último libro, La vida eterna, procura abarcar todos sus aspectos desde el punto de vista de un laico, demócrata, librepensador de la Unión Europea, que admite también, sin embargo, que "somos criaturas metafísicas".

Su ensayo parte de una aspiración más o menos modesta: acallar a "esos embaucadores" que con mayor o menor pedagogía y con una firmeza avasallante pretenden explicar el curso del universo entero por medio de insólitos recursos a lo sobrenatural. Luego se interna en el origen de las creencias; allí, dice, hay siempre una flaqueza, un deseo —de inmortalidad, de perpetuarse, de ser reconocido por alguien, más allá— que debe ser conjurado. Hacia el final parece desandar el tramo inicial para recorrer nuevamente el camino de piedra hacia lo sagrado.

Las páginas de La vida eterna —escritas para ser comprendidas ampliamente— van del rechazo de las creencias más triviales hasta el análisis del vínculo entre Dios y la filosofía, entre religiosidad y humanidad. De la crítica a los usos políticos de la religión y la protesta contra el Papa, a la evocación de poetas y pensadores que, en tiempos inquisidores, pagaron con su vida el atrevimiento de la duda o dieron testimonio de su incredulidad sin jactancia. Con ellos se encontrará el lector al comienzo y al final del ensayo.

—En el origen de la fe, dice, hay siempre un deseo. Propone entonces, en vez de "tener la pretensión de comprender la realidad a partir de lo que deseamos, intentar comprender precisamente los mecanismos reales de nuestro furor deseante". ¿Eso nos haría desear menos? —No, claro, no se trata de erradicar el deseo que tenemos más o menos oculto, que no nos confesamos del todo a nosotros mismos. Pero al ponerlo en claro contribuimos a racionalizarlo y a quitarle sus aspectos excesivos.

—El deseo religioso ¿debería tratarse terapéuticamente, como quienes proponen descubrir los mecanismos del deseo homosexual para "curarlo"?

—Los deseos están ahí, digamos, y uno no puede desear o no desear a voluntad. Lo que pasa es que al menos se debe comprender hasta qué punto ciertas creencias, ciertas ideologías, no son puras descripciones de lo real sino más bien proyecciones de nuestro deseo.

—Su planteo se dirige no tanto a la fe sino a la new age.

—Eso es probablemente porque las grandes creencias contienen otros elementos socializadores. Aparte de responder a un mecanismo de deseo, una fe puede ser un elemento socializador, unificador del conjunto de la comunidad; mientras que esos discursos más sectarios, más caprichosos están más directamente relacionados con nuestro deseo singular. Por eso distinguí en el libro entre fe y credulidad.

—Su libro comienza con una crítica de las creencias más vulgares y avanza hacia una visión cada vez más fina de lo sagrado No hay un rechazo de la fe.

—He intentado ir desde los aspectos más teóricos, abstractos y, en fin, quizás de las capas más pro fundas de la creencia religiosa hasta sus repercusiones más sociales, políticas e históricas, relacionadas con los acontecimientos que hoy padecemos. Por un lado, me parece importante intentar profundizar, no simplemente descartar la religión como un puro fenómeno sin importancia, sino tomarlo como algo muy enraizado en nuestra propia construcción simbólica: Nuestra vida no es sólo experiencia biológica sino también, sobre todo, aventura simbólica. Lo que pasa es que además de las religiones están las iglesias, los clérigos, los dogmas, las significaciones de enfrentamiento político y social, las inquisiciones... Eso no es simplemente religión pero sí una derivación de la religión.

—Desde ese nivel político señala que "se ha de respetar a los creyentes sean quienes sean mientras se sometan y no violen las leyes del país". Pero esa afirmación no agota el análisis filosófico del hecho religioso.

—Crea uno lo que crea, lo importante es separar entre ese derecho del creyente a creer en sus creencias religiosas y el resto de la sociedad. Una cosa es que las creencias religiosas sean un derecho y otra, que se conviertan en un deber para todos. Lo malo del fanático es que constantemente está intentando convertir la religión que tiene derecho a tener en un deber para los demás: Eso puede llevar a situaciones de enfrentamiento violento: en una misma sociedad puede haber religiones diferentes, pero si cada una pretende convertirse en un deber para todos es inevitable el choque y la transgresión de leyes que se deben dictar de acuerdo con principios racionales, empíricos, y no de acuerdo con revelaciones religiosas que no están sujetas a control por parte de nadie.

—La "incredulidad realmente ilustrada", que usted rescata como una forma válida de creencia, ¿no está naturalmente orientada a ejercer la crítica de cualquier sometimiento o de algunas "leyes vigentes"? Aun las de la democracia europea, que en su libro aparece como paradigma de convivencia racional.

—Bueno es que —¡hombre!— esa experiencia es la profundización en nuestra convicción simbólica. Se trata de la búsqueda de la dimensión sagrada, inmanejable, no meramente utilitaria, no meramente biológica, del ser humano. Se intenta profundizar en nuestra condición simbólica, en la "libertad" de los condicionantes biológicos. Esa capacidad simbólica es también capacidad crítica de leyes e instituciones: es una lucha contra la fatalidad. El concepto de lo natural está ligado a la idea de fatalidad y de leyes necesarias; en cambio la dimensión simbólica, sagrada, está ligada más bien a lo posible, a la búsqueda de la revocación de lo que parece fatal en pos de otras fórmulas más abiertas, más libres.

—El judaísmo o el cristianismo primitivo fueron también modos de oponerse a una vida institucionalizada —la esclavitud en Egipto, el imperio romano—, a un status quo con "leyes vigentes" que se deseaba revertir. Si identificamos la religión sólo con el fanatismo y no con modos de luchar contra poderes opresivos le quitamos un aspecto históricamente importante.

—Claro. Esa es la complejidad del fenómeno religioso: en él hay aspectos emancipatorios y otros dogmáticos, esclavizantes, y a veces es muy difícil discernir unos de otros. Evidentemente, hay una lucha emancipatoria; de hecho, teóricos de la utopía marxista como Ernest Bloch insistieron mucho en esa dimensión liberadora utopista que se encuentra en muchas religiones. Pero esas mismas religiones caen con facilidad en dogmas, inquisiciones e imposiciones. La historia del cristianismo lo muestra muy bien.

—En su análisis de lo sagrado analiza el fracaso del arte para brindar el amparo que antaño daban los mitos: "la masificación de las artes, su pérdida de aura reverencial —dice— compromete esta eficacia mítica" pues el arte va "más al entretenimiento que al discernimiento". Pero el problema de lo sagrado ¿es con el entretenimiento o con el discernimiento? ¿Es posible conciliar lo sagrado y la racionalidad?

—Yo creo que sí es posible, dentro de un límite. La racionalidad llega hasta un límite más allá del cual hay todavía una prolongación del simbolismo en forma de anhelos, mitos: lo que llamamos sagrado. Si somos capaces de establecer los límites con cierta precisión y no transgredirlos, si no intentemos convertir en racional lo que no puede serlo (porque se refiere más bien a la imaginación y a la fantasía) y, por otra parte, si no dejamos de intentar sustituir la razón por imaginaciones o dogmas caprichosos, ambas pueden convivir. La razón es importante para el ser humano pero también lo son otros estímulos: impulsos simbólicos que no son meramente racionales. En tiempos de esteticismo, algunos pensaron que el arte iba a poder dar esa prolongación simbólica a la vida humana. Hoy eso es muy difícil: el arte es más ornamental, quizás lúdico, pero no tiene esa profundidad que el simbolismo puede alcanzar, de modo que no puede sustituir la experiencia de enfrentamiento con la muerte que lo sagrado desarrolla.

—La racionalidad no admite un criterio por fuera de la "manipulación" de sus propios "discernimientos". Y los especialistas en discernir sobre el arte tampoco llegan a constituirse en un grupo de pertenencia espiritual.

—Si lo que se busca es un movimiento que abarque a una comunidad, a un grupo amplio de personas, esa búsqueda no estará en el planteamiento estético del arte moderno, que exige un comentario crítico para poder ser disfrutado como arte. El problema del arte moderno es que sólo sabemos que es arte después de haber leído comentarios que nos lo revelan como tal. No podemos disfrutarlo directamente. Los destinatarios de una catedral gótica vivían ese espacio a la vez como una experiencia religiosa, mística, artística sin necesidad de que alguien se las explicara.

—No precisaban el suplemento o la revista especializada.

— No necesitaban leer a ningún Cicerone que se los explicara. En cambio hoy nosotros sabemos que para disfrutar de Joseph Wilson, o esos artistas tan modernos, necesitamos que un experto nos venga a decir que realmente eso que estamos viendo es arte y no simplemente una broma.

—Por otra parte estamos buscando siempre el último hito, el gesto vanguardista más radical.

—Más que una revelación de fondo de nuestro destino como seres humanos, creo que tiene una dimensión de juego, de experimento más bien liviano. Hoy es difícil que alguien realmente crea que una obra de arte está revelando un destino; revela más bien una forma de expresión, un carácter del artista, nada más.

— Su ensayo también termina recurriendo al arte: un poema de William Butler Yeats, "La muerte", y otro de Tadeusz Rózewicz, "Miedo".

—Son unos poemas muy bonitos sobre miedos muy profundos, muy arraigados. El miedo no es algo malo a erradicar sino, en muchas ocasiones, un principio de cordura. Pero que se lo considere el punto de partida adecuado para la reflexión, eso ya es otra cosa.



LAICISMO: CINCO TESIS

Fernando Savater
URL: http://www.elpais.es
Fuente: Movimiento MASA Perú


Artículo publicado en "El País", 3.4.4

El debate sobre la relación entre el laicismo y la sociedad democrática actual (en España y en Europa) viene ya siendo vivo en los últimos tiempos y probablemente cobrará nuevo vigor en los que se avecinan: dentro de nuestro país, por las decisiones políticas en varios campos de litigio que previsiblemente adoptará el próximo Gobierno; y en toda Europa, a causa de los acuerdos que exige la futura Constitución europea y por la amenaza de un terrorismo vinculado ideológicamente a determinada confesión religiosa. En cuestiones como ésta, en que la ceguera pasional lleva a muchos a tomar por enemistad diabólica con Dios el veto a ciertos sacristanes y demasiados inquisidores, conviene intentar clarificar los argumentos para dar precisión a lo que se plantea. A ello y nada más quisieran contribuir las cinco tesis siguientes, que no pretenden inaugurar mediterráneos, sino sólo ayudar a no meternos en los peores charcos.

 

1) Durante siglos, ha sido la tradición religiosa -institucionalizada en la iglesia oficial- la encargada de vertebrar moralmente las sociedades. Pero las democracias modernas basan sus acuerdos axiológicos en leyes y discursos legitimadores no directamente confesionales, es decir, discutibles y revocables, de aceptación en último caso voluntaria y humanamente acordada. Este marco institucional secular no excluye ni mucho menos persigue las creencias religiosas: al contrario, las protege a las unas frente a las otras. Porque la mayoría de las persecuciones religiosas han sucedido históricamente a causa de la enemistad intolerante de unas religiones contra las demás o contra los herejes. En la sociedad laica, cada iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada... y no como piensa que las otras se merecen. Convertidos los dogmas en creencias particulares de los ciudadanos, pierden su obligatoriedad general pero ganan en cambio las garantías protectoras que brinda la Constitución democrática, igual para todos.

 

2) En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas, tal como dice Tzvetan Todorov: "Pertenecer a una comunidad es, ciertamente, un derecho del individuo pero en modo alguno un deber; las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición de que no engendren desigualdades e intolerancia" (Memoria del mal).

 

3) Las religiones pueden decretar para orientar a sus creyentes qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito. Y a la inversa: una conducta tipificada como delito por las leyes vigentes en la sociedad laica no puede ser justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ningún tipo ni en atenuante para el delincuente la fe (buena o mala) que declara. De modo que si alguien apalea a su mujer para que le obedezca o apedrea al sodomita (lo mismo que si recomienda públicamente hacer tales cosas), da igual que los textos sagrados que invoca a fin de legitimar su conducta sean auténticos o apócrifos, estén bien o mal interpretados, etcétera...: en cualquier caso debe ser penalmente castigado. La legalidad establecida en la sociedad laica marca los límites socialmente aceptables dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren nuestras creencias o nuestras incredulidades. Son las religiones quienes tienen que acomodarse a las leyes, nunca al revés.

4) En la escuela pública sólo puede resultar aceptable como enseñanza lo verificable (es decir, aquello que recibe el apoyo de la realidad científicamente contrastada en el momento actual) y lo civilmente establecido como válido para todos (los derechos fundamentales de la persona constitucionalmente protegidos), no lo inverificable que aceptan como auténtico ciertas almas piadosas o las obligaciones morales fundadas en algún credo particular. La formación catequística de los ciudadanos no tiene por qué ser obligación de ningún Estado laico, aunque naturalmente debe respetarse el derecho de cada confesión a predicar y enseñar su doctrina a quienes lo deseen. Eso sí, fuera del horario escolar. De lo contrario, debería atenderse también la petición que hace unos meses formularon medio en broma medio en serio un grupo de agnósticos: a saber, que en cada misa dominical se reservasen diez minutos para que un científico explicara a los fieles la teoría de la evolución, el Big Bang o la historia de la Inquisición, por poner algunos ejemplos.

5) Se ha discutido mucho la oportunidad de incluir alguna mención en el preámbulo de la venidera Constitución de Europa a las raíces cristianas de nuestra cultura. Dejando de lado la evidente cuestión de que ello podría entonces implicar la inclusión explícita de otras muchas raíces e influencias más o menos determinantes, dicha referencia plantearía interesantes paradojas. Porque la originalidad del cristianismo ha sido precisamente dar paso al vaciamiento secular de lo sagrado (el cristianismo como la religión para salir de las religiones, según ha explicado Marcel Gauchet), separando a Dios del César y a la fe de la legitimación estatal, es decir, ofreciendo cauce precisamente a la sociedad laica en la que hoy podemos ya vivir. De modo que si han de celebrarse las raíces cristianas de la Europa actual, deberíamos rendir homenaje a los antiguos cristianos que repudiaron los ídolos del Imperio y también a los agnósticos e incrédulos posteriores que combatieron al cristianismo convertido en nueva idolatría estatal. Quizá el asunto sea demasiado complicado para un simple preámbulo constitucional...

Coda y final: el combate por la sociedad laica no pretende sólo erradicar los pujos teocráticos de algunas confesiones religiosas, sino también los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro que pretenda someter los derechos de la ciudadanía abstracta e igualitaria a un determinismo segregacionista. No es casualidad que en nuestras sociedades europeas deficientemente laicas (donde hay países que exigen determinada fe religiosa a sus reyes o privilegian los derechos de una iglesia frente a las demás) tenga Francia el Estado más consecuentemente laico y también el más unitario, tanto en su concepción de los servicios públicos como en la administración territorial. Por lo demás, la mejor conclusión teológica o ateológica que puede orientarnos sobre estos temas se la debo a Gonzalo Suárez: "Dios no existe, pero nos sueña. El Diablo tampoco existe, pero lo soñamos nosotros" (Acción-Ficción).

BIOGRAFIA DE FERNANDO SAVATER

Fuente: http://www.fundaciongsr.es/madrid/savater/principal.htm

Nació en San Sebastián en 1947. Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, tras haberlo sido de Ética en la Universidad del País Vasco. Ensayista, periodista, novelista y dramaturgo, ha publicado más de cuarenta y cinco libros, algunos de los cuales han sido traducidos a una docena de lenguas. Algunos de los más conocidos son La infancia recuperada, Ética para Amador, Diccionario filosófico y El valor de educar.

Habitual colaborador en prensa, codirector, junto con Javier Pradera, de la revista "Claves de la razón Práctica", y su intensa labor en pro de la paz en el País Vasco ha sido premiada en varias ocasiones.

Entre otros galardones ha recibido el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Anagrama, el Premio Cuco Cerecedo, otorgado por la Asociación de Periodistas Europeos, y quedó Finalista del Premio Planeta con su novela El jardín de las dudas, centrada en la figura de Voltaire.

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I AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS

Fernando Savater

Nos mandaste amarte sobre todas las cosas. Me pregunto y te pregunto: ¿tanta necesidad tienes de que te amen? ¿No es un poco exagerado? ¿No delata una especie de zozobra, de inquietud extraña? Sí... sí... ya sé que eres un dios celoso, que no acepta ningún tipo de competencia. Pero quiero que entiendas que no eres muy original. Estoy viendo que en ese aspecto sois todos bastante parecidos: excluyentes y posesivos. Siempre queréis toso el amor para vosotros. Se os ve un poco inseguros de vosotros mismos y necesitados de que los demás estemos siempre refrendando vuestra superioridad sobre el cosmos y el mundo. Mira... ni siquiera ése es nuestro problema. Nuestra verdadera dificultad son tus representantes, porque normalmente no te diriges a los hombres de forma directa. Aquellos que hablan en tu nombre son un verdadero dolor de cabeza. Siempre nos sugieren y ordenan lo que tenemos que hacer de acuerdo con su nivel de poder.

Aquí estamos frente al primer mandamiento, algo inmodificable según tus leyes: Amará a Dios sobre todas las cosas, y no se hable más.

Pero vivimos en el siglo XXI, discutiendo tus leyes... no pongas mala cara si ahora, mal que te pase, te cuestionamos... son los tiempos que corren.

DE LOS DIOSES CONCRETOS AL ABSTRACTO

El primer mandamiento es el más religioso de todos, porque mientras que los demás se relacionan con cuestiones de comportamiento social y de grupo, éste plantea una existencia que la divinidad le demanda el individuo.

Así, un profeta anónimo le hace decir a Yahvé: “Yo soy el primero y el último; fuera de mi no existe ningún dios”; “Antes de mí ningún otro dios había, y ninguno habrá después de mí”; “Yo soy Yahvé y fuera de mí ningún dios existe”; “Todos ellos son nada; nada pueden hacer, porque sólo son ídolos vacíos”. Frente a estas formas de definirse no podemos negar que por lo menos, se trata de alguien con una autoestima superlativa y, sin exagerar, digna de un dios.

Debo admitir que, como no soy creyente, me resultaría muy difícil amarle, y que, incluso creyera, me costaría describir bien la relación que podría mantener con un ser infinito, inmortal, invulnerable y eterno. Personalmente entiendo el amor como el deseo casi desesperado de que alguien perdure, a pesar de sus deficiencias y de su vulnerabilidad. Por eso sólo puedo amar a seres mortales.

La inmortalidad me merece respeto, agobio, pero no me merece amor. Por otra parte, nunca he sabido muy bien qué se entiende por esa palabra misteriosa que otros manejas con tanta facilidad: Dios.

Hay un libro de Umberto Eco y el cardenal Carlo Maria Martín en el que discuten sobre estas cuestiones. Su título es En qué creen los que no creen (1). A quienes no creemos nos es muy fácil explicar en qué creemos. Lo que me resulta misterioso es saber en qué creen los que creen y, sinceramente, por más que los he escuchado nunca he entendido a qué se refieren.

Sin embargo, los no creyentes creemos en algo: en el valor de la vida, de la libertad y de la dignidad, y en que el goce de los hombres está en manos de éstos y de nadie más. Son los hombres quienes deben afrontar con lucidez y determinación su condición de soledad trágica, pues es esa inestabilidad la que da paso a la creación y a la libertad. Los emisarios y los administradores de Dios personifican en realidad lo más bajo de una conciencia crítica e ilustrada: el fanatismo o la hipocresía, la negación del cuerpo y la apología del poder jerárquico en su raíz misma.

Un dios abstracto, ¡qué gran novedad! Unos dos mil años antes de Cristo, los dioses siempre habían sido animales, o árboles, o ríos, o piedras, o mares. Habían tenido un cuerpo, habían sido dioses visibles. Precisamente las divinidades eran fenómenos que podían verse. Entonces apareció un ser abstracto, hecho de pura alma y se produjo una verdadera revolución.

Los romanos admitían que cada cual podía tener sus divinidades, porque ellos creían que los dioses de todos los pueblos eran tolerantes entre sí. Por esta razón, fue paradójico que acusaran de ateos a los primeros cristianos, aunque veremos que esta manera de razonar tenía su lógica. Los romanos veían que los cristianos rechazaban a todos los dioses existentes. Resultaba una actitud incomprensible y sectaria, ya que había una gran variedad. Se les ofrecían los de Oriente, Los de Occidente, los de forma animal, los de forma vegetal. Pero no había nada que hacer: los cristianos los rechazaban a todos. No querían saber nada con el culto al Emperador, ni con los encarnados en las glorias de cada una de las ciudades. Por tal motivo, los seguidores de ese dios, que no se veía en ninguna parte, que era la nada, fueron tachados de ateos por los paganos de Roma.

Los cristianos traían consigo el legado judío. La idea del monoteísmo, de un dios único, excluyente, infinito, abstracto e invisible, era lo normal para ellos, pero resultó de verdad sorprendente y revolucionario para el resto.

Pero esa concepción religiosa ¿fue un retroceso o un avance en el desarrollo espiritual de la humanidad? En cierto sentido la podríamos calificar de positiva porque significó un paso hacia una mayor universalidad, hacia una mayor abstracción conceptual. El dios se convirtió en un concepto, en una idea.

Dejó de ser cosa, ídolo. Los dioses anteriores estaban siempre ligados a realidades concretas: la naturaleza, la ciudad, la vida. Entonces surgió un dios que no conocía la naturaleza porque estaba por encima de ella y además era su dueño. Ignoraba las ciudades porque vivía en todas y en ninguna, pero además en el desierto y también en una zarza ardiente. ¿Ese dios supuso un progreso respecto a los otros, o más bien fue una especie de recaída hacia algo más primitivo y atávico? Porque si bien significó una ganancia en universalidad, amplitud y espiritualidad, también fue una pérdida en lo que se refiere a la relación de los hombres con lo natural, con el mundo, con lo que podemos celebrar de la vida concreta y material.

Por ejemplo, para el escritor y filósofo Marcos Aguinis (2) “el monoteísmo ha sido un avance prodigioso de la humanidad hacia niveles de abstracción que no existían hasta ese momento. Fue pasar del pensamiento concreto al abstracto, con un ser que no podía ser representado y además era único.

Pero, por ser único, contenía algo muy peligroso: era un dios celoso que no aceptaba competencias. De manera que el monoteísmo significó dos cosas contrapuestas: una muy positiva que era un progreso espiritual y otra muy negativa que fue el progreso de la intolerancia”.

El monoteísmo también obsesionó a Sigmund Freud al final de su vida. En 1938 el padre del psicoanálisis huía de los nazis que avanzaban sobre Europa continental, y encontró refugio en Inglaterra. Allí terminó de dar forma a su teoría según la cual Moisés no fue judío sino egipcio. Para Freud se trataba de un hombre que perteneció a una familia noble, y que difundió entre los israelitas –casi 1.400 años antes de Cristo- las creencias de Akenatón, el faraón creador del primer culto monoteísta conocido: el de Atón, el dios Sol.

Esta idea fue desterrada por la rebelión que encabezaron en su contra los sacerdotes responsables del antiguo politeísmo, y que tenía como principal figura al Dios Amón. Por lo tanto, según esta teoría, Yahvé no sería más que el nuevo nombre que tomó Atón para transformarse en el dios judío.

Aunque el dato pueda sentar mal a quienes consideran que la cosas son inamovibles desde un principio, lo cierto es que los israelitas no siempre fueron monoteístas. El teólogo Ariel Álvarez Valdez[iii] es contundente cuando asegura que los israelitas eran en realidad monólatras, es decir, creían que existían muchos dioses, aunque ellos adoraban sólo a uno.

Pero todo cambió después de uno de los hechos más traumáticos por los que pasó el pueblo judío: la invasión de los babilonios a las órdenes del legendario Nabucodonosor, quien, en 437 a.C., y no contento con derrotarlos y tomar Jerusalén, llevó a todos sus habitantes como esclavos a Babilonia. Los judíos quedaron deslumbrados por la magnificencia y el lujo de la capital de sus vencedores. Se preguntaron cómo podía ser que ellos, que se consideraban tan bien cuidados por Yahvé, nunca hubieran conocido semejante nivel de vida.

Pero en lugar de renegar de su dios, los cautivos llegaron a una conclusión que les sirvió para sentirse bien ellos mismos: el dios de los Babilonios no existía, como tampoco existía ningún otro. Yahvé era el creador de todo, incluso de la belleza y el poder de Babilonia. De esa manera convirtieron la tristeza del forzado exilio en el orgullo de adorar al único dios vivo y verdadero.

Otra prueba de que los judíos no eran monoteístas antes de su cautividad en Babilonia es que la traducción literal dela fórmula del premier mandamiento es “No tendrás otros dioses frente a mí”, lo que implicaba la aceptación de otros dioses aunque sólo se venerase a Yahvé

Para el estudioso de los diez mandamientos, Luis de Sebastián,
[iv] “el primer mandamiento es el mandamiento del amor. Primero, negativamente, porque no hay que amarse a uno mismo sobre todas las cosas, y segundo, positivamente, porque hay que amar a los demás, a todos con quienes tenemos que ver de cualquier manera que sea, todo dentro de un orden de proximidades y responsabilidades que empieza en casa: con uno mismo, con su persona, su familia, sus vecinos, amigos, compañeros, y que se extiende, si es verdadero amor, con alas de águila a todos los rincones donde la vida nos lleve”.

Según De Sebastián, el primer mandamiento “simboliza” el pacto de la conveniencia, del mutuo beneficio, en el que se basa la democracia. Así todos sacan provecho de lo que se hace en la polis, a cambio del respeto a las leyes”.

Sin embargo, la realidad es que la gente define las cosas de acuerdo al lugar donde se encuentra. El amor por algo o por alguien puede tener una contrapartida siempre alejada de la indiferencia: desamor u odio hacia quien no piensa o no corresponde a esos sentimientos.

Entonces, el amor a lo infinito, a lo inabarcable ¿es incluyente o excluyente? ¿Se ama también a los que no veneran a ningún dios? Hay una expresión medieval que habla del odium teologicum, del odio que se tienen los teólogos entre sí. Poseídos por el infinito, en ocasiones, en vez de incluir a todos los demás en su amor, los excluyen. Ésta es una de las paradojas del amor monoteísta, del amor a un dios único.

Amo a todas las religiones,
pero estoy enamorada de la mía.
MADRE TERESA DE CALCUTA

¿Es posible que quien ama a un dios único, infinito, absoluto, ame o simplemente acepte otras religiones y a otros dioses? ¿También es susceptible de amor aquel que no cree en ninguna religión o divinidad?

En un hermoso cuento Jorge Luis Borges narra la historia de Aureliano y Juan de Panomia, dos teólogos que durante toda su existencia se persiguen y se censuran el uno al otro hasta que, cuando mueren, Dios les revela que para él ambos son una sola persona, un solo ser. En cierta medida, la lección última sería que esos teólogos que rivalizan, esas religiones que se excluyen y se persiguen, vistos desde una altura los suficientemente elevada, no sean más que la misma cosa. Una misma verdad o un mismo error.

LA TOLERANCIA: ESA DEBILIDAD DE LAS RELIGIONES

Es sabido que las religiones han sido fuente de animadversión, de persecución, de intolerancias, de guerras y de crímenes. A lo largo de los siglos los llamados representantes de los dioses sobre la tierra, es decir los hombres, han encontrado motivo de discordia echándose culpa unos a otros sobre reales o supuestas ofensas a sus respectivos dioses.

También podemos decir que las religiones fueron causa de una serie de gestos generosos y valientes. Pero ¿por qué las religiones han sido incompatibles unas con otras? Todos los hombres de religión predican palabras hermosas de aceptación a los demás, pero pocas veces sus actos tienen que ver con sus prédicas. El ejemplo del catolicismo es evidente: las religiones se hacen tolerantes cuando se debilitan, cuando pierden poder terrenal. Mientras controlan los hilos de la política y la economía y tienen un brazo secular para poder hacer cumplir sus preceptos, rara vez dan muestras de tolerancia. Este sentimiento aparece cuando los que controlan la práctica de una creencia tienen que ser aceptados, no cuando tienen que aceptar. Éste es un fenómeno que ocurre en casi todas las religiones.

Uno de los ejemplos más claros fueron las Cruzadas. A fines del siglo XI, Venecia, Génova y Pisa querían recuperar el control del comercio con Oriente. El problema eran los turcos, quienes controlaban los pasos marítimos y terrestres hacia los lugares santos y, en especial, hacia los centros de comercio más importantes. Allí se conjugaron intereses mercantiles con los políticos del Papa Urbano II, cuyo objetivo era controlar a toda la cristiandad mediante la dominación de la ciudad de Constantinopla, que se había separado de su autoridad en el año 1054. Urbano también estaba obsesionado con los emperadores germanos, quienes se movían con gran autarquía en materia religiosa. Así, como tapadera de este cúmulo de intereses, el Papa golpeó en el corazón de la cristiandad europea y, con la magnífica excusa de recuperar los lugares sagrados de Oriente y proteger a los cristianos de esas zonas, promovió la Primera Cruzada. Hacia allí partieron miles de hombres para matarse con otros tantos miles de hombres al grito de “Deus lo volt” (“Dios lo quiere”).

Hoy las religiones van perdiendo su poder terrenal –o al menos eso espero-, y no me cabe duda de que el mundo se beneficiará ante esta situación, ya que se alejarán los elementos de tensión que se desprenden de ese excluirse unas con otras utilizando la fuerza o la persecución. De todas formas estamos hablando de Iglesias más que de religiones. Dios nunca habla en forma directa con los humanos, o por lo menos no lo hace con la mayoría. Siempre hay alguien que se interpone. Nunca tenemos a Dios delante, sino a sacerdotes, obispos, muecines, rabinos, etcétera. Es decir, otras personas tan comunes como los demás, pero que hablan en su nombre. Cuando uno analiza las guerras de religión, se pregunta si Dios no habrá sido la coartada para justificar los odios que los hombres se tenían entre ellos, para impulsar los deseos de conquista y depredación.

LA APLICACIÓN DE LA LIBERTAD DEL INDIVIDUO O CÓMO ENTENDER LOS MANDAMIENTOS

A medida que avanzamos en el análisis, nos queda claro que los mandamientos son imposiciones antiguas, pasadas de moda, y algunas hasta fuera de toda lógica, pero que, al igual que las leyes actuales, son fruto de convenciones sociales. Más allá del tiempo en que se dieron a conocer, en que fueron respetadas y hasta temidas, lo cierto es que no formaron parte inamovible de la realidad, como ocurre por ejemplo con la ley de la gravedad. Tampoco brotan de la voluntad de un dios misterioso. Las leyes han sido inventadas por los hombres, responden a designios humanos antiguos, algunos de los cuales nos cuesta entender hoy, y pueden ser modificadas o abolidas por un nuevo acuerdo entre humanos.

Sin ir más lejos, los mandamientos originales fueron modificados por los católicos, aunque esto no quiere decir que las convenciones sean simples caprichos o algo sin sustancia.

Cuando se vive en una sociedad multicultural, hay que asumir que se acepta en derecho a tener religión, y creencias, y esto comporta el hecho de tener que soportar alfilerazos de la realidad. Por ejemplo, a esas personas que dicen “ha herido usted mis convicciones”, yo les diría: “Lo siento... amigo, usted no puede convertir sus convicciones en una especie de prolongación de su cuerpo”.

Pero además esto va de la mano de una liviandad que se percibe en todos lados y que se define con la máxima de “todas las opiniones son respetables”. Esto es una tontería.
Quienes son respetables son las personas, o las creencias.

Las opiniones no son todas respetables. Si así hubiese sido, la humanidad no habría podido avanzar ni un solo paso. No se pueden respetar las ideas totalitarias, xenófobas, racistas, excluyentes, que violen los elementales derechos humanos. No podemos utilizar el ataque, la crítica, incluso la sátira contra una idea, para provocar algo que humille u ofenda a los demás. Ahora, si se trata de ideas, hay que saber parase frente a aquellas que son peligrosas.

¿Qué respeto merecen las ideas tras las que se parapetan los terroristas de distintos signos? ¿Cómo dejar de repudiar el asesinato, las bombas a mansalva que reivindican los nacionalismos excluyentes? ¿Cómo aceptar que bajo la excusa de la identidad cultural se practique la mutilación del clítoris a millones de niñas?

Los defensores de esos métodos son tan peligrosos como los sacerdotes que repudian a las demás religiones, a sus seguidores y a aquellos que no creen en ningún dios en particular. No se puede respetar a los irrespetuosos.

Esto tiene que ver también con algo que dijo John Stuart Mill: “La única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o le impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale ganando más consintiendo que cada cual viva a su manera antes que obligándose a vivir a la manera de los demás”.

El primer mandamiento, como los otros nueve, lleva implícita la amenaza del castigo en caso de que no se cumpla. Yahvé había prometido proteger al pueblo judío, elegido, pero con la condición de cumplir al pie de la letra el Libro de la Ley, La palabra de Dios daba lugar a pocas interpretaciones: “Mira, hoy he puesto ante ti la vida y la felicidad, pero también la muerte y la desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahvé, tu Dios... entonces vivirás y tendrás muchos hijos y el Señor, tu Dios, te bendecirá... pero si no haces caso a todo eso... te advierto que morirás sin remedio”.
Cuando leo esto y pienso que hay gente que cree lógico que exista el castigo a estas cuestiones, insisto e que lo primero que hay que dejar claro, es que la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos, ni con los premios repartidos por la autoridad, sea ésta humana o divina, que para el caso es lo mismo.

Sobre la observancia del primer mandamiento y su relación con la intolerancia, el rabino Isaac Sacca[v] asegura que “hay que estar muy atentos a cómo está expresada la orden "no tendrás otros dioses delante de mí" ya que, interpretando la cuestión de mala manera, se corre el riesgo de que pueda ser utilizada para practicar la intolerancia y la imposición de ideas”.

Según el judaísmo se trata de un asunto bilateral entre Dios y el ser humano, a quien no se le pide que intente convencer o hacerlo cumplir a otra persona, sino sólo que se ocupe de sí mismo.

Este comentario del rabino Sacca no impide que, tal como él lo define, el mandamiento pueda caer en malas manos que hagan un uso indebido del mismo y se transforme en una herramienta de exclusión. Ya hemos dicho que las leyes han sido inventadas y modificadas por los hombres, y está claro que una misma ley puede tener varias interpretaciones. Pero las visiones sobre Yahvé, Moisés y los diez mandamientos sin innumerables y surgen desde todos los ángulos ideológicos. El historiador socialista Emilio Corbière
[vi] considera el Antiguo Testamento “como la parte más negativa. Allí se plante una visión de un dios despótico Yahvé-Jehová. Pero también es la historia de la liberación; el movimiento de liberación nacional de un pueblo. Es decir, se trata de una visión revolucionario-popular de un pueblo oprimido, en este caso por el imperio romano. Por lo tanto, el Antiguo Testamento es la historia del crimen, de la traición, de las guerras, de las relaciones poco comunes entre madres e hijos y padres e hijas y, por otro lado, la lucha ejemplar de ese mito de Moisés, que no sabe si era judío o un egipcio revolucionario”.


ÍDOLOS E IDOLATRÍA

El tema de las imágenes y los ídolos en la religión ha marcado una de las grandes diferencias entre católicos y judíos. El texto del primer mandamiento que figura en el Antiguo Testamento dice: “Se prohíbe realizar esculturas, imagen alguna ni de lo que hay arriba de los cielos, ni de lo que hay debajo de la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, ni le darás culto”

Los católicos eliminaros esa precisión pero en ambas religiones, y aun con la diferencia de matices, hay una clara oposición a la idolatría.

Frente a la cuestión de las imágenes religiosas, la Biblia y la realidad histórica han demostrado ser contradictorias. Pese a la prohibición de hacer esculturas, el templo construido por Salomón en Jerusalén estuvo repleto de ellas. Junto al Arca de la Alianza se habían tallado en madera dos enormes querubines. También se podían observar bajo el depósito de agua de las purificaciones doce toros de metal.

“Los recipientes para las abluciones litúrgicas –dice el padre Ariel Álvarez Valdez- estaban revestidos con imágenes de leones, bueyes y querubines, todo con el consentimiento del propio Dios. Y por si esto fuera poco, una enorme serpiente de bronce, que había labrado Moisés en el desierto por orden de Yahvé para sanar a cuantos mordidos por ofidios la miraran, estuvo doscientos años expuesta en el Templo hasta que el rey Exequias la eliminó”.

Con este ejemplo, se vuelve a ratificar que las leyes se modifican al igual que sus interpretaciones, más allá de sus orígenes humanos o divinos. No digo que hecha la ley hecha l atrampa, pero el ámbito jurídico, como todo, es adaptable a cualquier situación.

Yo no sé si Dios habrá muerto, como dijo Nietzsche y han repetido tantos otros después de él. Pero es innegable que los ídolos gozan de una excelente salud. Vivimos en un mundo en el que, multiplicados por las comunicaciones y la imagen, su presencia es casi abrumadora. Tenemos ídolos en el fútbol, la pantalla, la canción, el dinero, el triunfo social o la belleza. Convivimos con idolillos portátiles y pequeños, algunos casi simpáticos y entrañables, como el E. T. de Spielberg, u otros que se nos hicieron próximos y amables. También los hay feroces, que exigen sacrificios de sangre. Ésos son los ídolos dela tribu. Los que convierten el propio grupo, la propia nación, la propia facción en un ídolo. Son aquellos que por desgracia suelen llevar a cabo sacrificios humanos.

Sin embrago, creo que hay ídolos benévolos, simpáticos, que nos ayudan a vivir, que nos traen alegría. La idolatría es algo inherente al hombre. El ser humano no lo puede evitar. Pero cuidado, tenemos que ser idólatras cautelosos, prudentes con lo que subimos a nuestros altares, porque a veces es difícil bajarlos sin que se derrame sangre.

MOISÉS Y EL PENSAMIENTO ÚNICO

Creo que en alguna medida, Moisés era un hombre muy realista. Era consciente de que tanto su sociedad como las anteriores, y con acertada intuición las futuras, no eran nada del otro mudo y que por lo tanto estaban llenas de defectos, de abusos y de crímenes. Fue así como el líder israelí hizo lo que estaba a su alcance para mejorar la comunidad en la que le tocaba vivir. Y pienso que está claro que, como tantas otras personas antes y después de él, luchó para que las relaciones humanas políticamente establecidas fueran simplemente eso: más humanas, o sea, menos violentas y más justas. Pero, como debió de ser un tipo bastante realista, seguramente nunca esperó que todo a su alrededor fuera perfecto.

Hay dos frases a las que se suele recurrir: ”No trates a los demás como no quieres que te traten a ti” o, en positivo, “haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”. George Bernard Shaw tenía un epigrama que sintetiza estas ideas: “No hagas a los demás lo que te guste que te hagan a ti, ellos pueden tener gustos diferentes”. Aquí hay que tener cuidado, porque es en estos casos cuando se corre el riesgo de toparse con aquellos para quienes la única verdad es la suya o la de su dios.

Hoy está de moda hablar del “pensamiento único”, que, según dicen algunos, imperaría después de la caída del Muro de Berlín y del derrumbe del sistema comunista de Europa del Este. No creo que el problema de la intolerancia pase por ese denominado “pensamiento único”, porque para mí no existe como tal. En el mundo hay grupos que apuestan por el Fondo Monetario Internacional, y otros grupos “antiglobalización” que se manifiesta contra este organismo. Vivimos en un planeta donde existe bastante discordia y oposición de opiniones, así que es injusto, y un poco absurdo, hablar de un pensamiento único, aunque no son pocos los que desarrollan sus teorías en base a esta falacia. Sí, es cierto que existe una tendencia al pensamiento simple. Hay diversas concepciones simplistas: simplismo neoliberal y simplismo anticapitalista. Ante una realidad tan compleja como la que vivimos se le oponen “pensamientos descafeinados”. La cuestión es que nuestro mundo está cada vez más unificado y tendemos a buscar soluciones que involucren a toda la humanidad. Soluciones que creemos que deben ser simples. Y esto es falso. Por este camino no vamos a llegar a mejorar este mundo, ya que la situación por la que atravesamos es de una complejidad mayor a cualquier otra que hayamos conocido a través de los siglos.

Durante la historia del hombre sobre la tierra, infinidad de ejércitos se han enfrentado en nombre de dioses o de creencias. Se habla incluso de un Dios de los ejércitos; todos tienen sus capellanes castrenses, sus banderas y estandartes. En 5.500 años de historia, para no ir más lejos, se han producido 14.513 guerras que han costado 1.240 millones de vidas y nos han dejado un respiro de no más de 292 años de paz, aunque seguro que durante dicho tiempo también debieron de haber guerras menores en curso. En el momento en el que usted lea estas estadísticas ya se habrán convertido en anticuadas. Estas cifras tiene la particularidad de incrementarse minuto a minuto por obra y gracia de los propios hombres. De hecho, una gran parte de las guerras tuvieron su origen en desencuentros e intolerancias debidas a distintas creencias. Pero también está claro que, casi siempre, lo religiosos fue una simple excusa para resolver diferencias territoriales o económicas. Como verán, nada ha cambiado.

Hoy en día podemos ver en nuestras casas, sentados cómodamente ante el televisor, a aquellos que mediante atentados tiran abajo edificios en nombre de una divinidad vengadora que persigue al Gran Satán Occidental. Y desde Estados Unidos se utiliza una frase arcaica: “Dios está con nosotros”. Un lenguaje propio de la época de las Cruzadas. Nos encontramos en pleno auge de la justificación teológica de los enfrentamientos terrenos.

EVANGELIZACIÓN: CONVERSIÓN O MUERTE

Casi todas las religiones han tenido una vertiente proselitista y misionera que trató de extender sus enseñanzas como un pensamiento indiscutible. El cristianismo y el islam son las más expansivas. Pero para ser sinceros, se pueden encontrar elementos misioneros en muchas otras creencias.

La idea predominante a lo largo de la historia es que el hombre religioso tiene la obligación de llevar la buena nueva y tratar de imponerla. Y para lograr estos objetivos se ha recurrido tanto a mansos pastores como a promotores de la palabra de Dios, o a fieros soldados cuyo lema fue: “La religión con sangre entra”. Por supuesto que ofrecer y utilizar la persuasión para dar a conocer la buena nueva no tiene nada de malo. La cosa cambia cuando el mandato pasa a ser: “Conviértete o muere”.

En su Tratado de la tolerancia Voltaire decía que el lema de todos los fanáticos era: “Piensa como yo o muere”. La historia nos la mostrado innumerables ejemplos de cómo los misioneros, los evangelizadores y los proselitistas, al no poder persuadir por las buenas a los no creyentes, han impuesto este terrible dilema de la conversión o la muerte.

Es evidente que el proselitismo religioso está más acentuado en las religiones viajeras e itinerantes. El ejemplo claro es el cristianismo con sus variantes, y el islam. Los conquistadores españoles impusieron sus verdades a los conquistados, pasando por sangre y fuego a quienes no querían aceptarla.

Pero hay que aclarar que esta forma de imponer la religión por la fuerza no es una característica exclusiva de las religiones. Creo que esto se ha contagiado a otras formas de ideología. Hay doctrinas políticas, nacionalistas y raciales que practican los mismos métodos: “Debes pensar como nosotros o de lo contrario tu destino será la exclusión, la expulsión o la muerte, porque no podemos convivir con quien no comparte nuestras creencias”.

El ejemplo de esta concepción se dio entre 1482 y 1492, con uno de los tres confesores del a reina Isabel la Católica: Torquemada, el Inquisidor. Su nombre aparece ligado a tres mil ejecuciones en la hoguera y un número varias veces superior de encarcelamientos, confiscaciones y torturas. Aquí estamos en presencia del misionero fanático, que va más allá de las obligaciones de su misión y se transforma en un ser absolutamente negativo para la sociedad.

En definitiva, Adolf Hitler, Joseph McCarthy, Francisco Franco, Josef Stalin, Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla –por mencionar sólo algunos exponentes- se consideraban misioneros que debían salvar el resto de los humanos obligando por la fuerza a adoptar sus convicciones a quienes no creían en ellas.

Pero esta tendencia misionera suele tener sus tropiezos. Un libro delicioso, La Biblia en España,
[vii] que traza un cuadro absolutamente fresco del país de los siglos XVIII y XIX, cuenta las peripecias de George Borrow, un evangelista inglés que recorrió la península vendiendo biblias protestantes. En un momento de su recorrido Borrow llegó a Andalucía y se encontró con un campesino que estaba arando la tierra. Se le acercó con su libro y le dijo: “Amigo, yo soy protestante, vengo aquí con al Biblia y quiero explicarle lo que pensamos”. Pero el campesino lo interrumpió explicándole: “Mire usted, no se moleste, porque si yo no creo en la religión católica, que es la verdadera, cómo voy a creer en la protestante que es falsa”.

Hubo cientos de miles de Borrows recorriendo el planeta y muchos más soldados tratando de imponer sus verdades por la fuerza. Pero ahora estamos además en presencia de una nueva situación que Yahvé y Moisés nunca imaginaron: la expansión de los medios de comunicación, lo cual ha creado nuevos campos de batalla donde los evangelizadores no se dan tregua ni cuartel. En el medioevo los predicadores llenaban las iglesias y catedrales y hablaban como mucho para dos o tres mil personas. Un representante que hablase en la Asamblea de Atenas rara vez lo hacía para más de quince o veinte mil asistentes. Las investigaciones más recientes indican que el propio Jesús en su momento de mayor convocatoria, durante el Sermón de la Montaña, logró reunir a sólo treinta mil personal, una multitud en aquellos años, pero que hoy significan menos de medio punto en las mediciones de audiencias televisivas. El desafío de los telepredicadores y de los papas viajeros consiste en ser capaces de dirigirse a millones de personas; enfrentándose también, como contrapartida, al hecho de que las idolatrías tienen el mismo beneficio de la hipercomunicación, y en este campo la competencia por la audiencia suele ser desfavorable para la divinidad, sea cual sea, frente a, por ejemplo, las patéticas peripecias de los concursantes de Gran Hermano.

La comunicación ha aumentado la proyección de las ideas, sean éstas malas, piadosas, intolerantes, fanáticas y hasta de ansias redentoras. Los medios han magnificado lo que antes era casi un movimiento de corazón a corazón, o de persona a persona. Hoy se trata de un eco universal. Es una situación que implica aspectos terribles y que quizá en algún momento pueda involucrar otros liberadores. Es desafío consiste en evitar que la palabra caiga desde arriba sobre las personas y en posibilitar que los individuos se comuniquen cada vez más entre sí para que puedan cambiar opiniones entre ellos.

Nada malo puede pasarme que Dios no quiera,
y todo lo que él quiere por muy malo que nos parezca
es en realidad lo mejor.
Carta en la que TOMÁS MORO
consuela a su hija antes de ser ejecutado

En este fragmento Tomás Moro presenta una actitud fatalista. Pero se trata de un fatalismo alegre, que se justifica a sí mismo.

A través de las épocas, los hombres han aprendido a aceptar el destino porque no hay forma de luchar contra él. Lo que aporta esta visión de Moro es la dimensión del destino como producto de una voluntas, que sabe lo que es mejor para nosotros aunque ello implique nuestra destrucción y eso haga que desaparezcan nuestros proyectos y deseos, por esa situación fatal que se nos impone. Nietzsche habló también del amor al destino, y del deseo, no sólo de aceptarlo. Por que es irremediable, sino también de amarlo como lo que es más propio. Quizá la versión de Tomás Moro sea la variante religiosa de ese amor al destino.

Durante siglos se tomó como irremediable la transmisión de los conocimientos y convicciones religiosas de padres a hijos. Era lo natural. Pero hoy el planteamiento consiste en cómo enseñar las creencias personales a nuestros descendientes. Por una parte, si consideramos que algo es verdadero, bueno y útil, intentamos que nuestros hijos compartan ese saber. Educar es seleccionar de todo lo que conocemos aquello que nos parece más relevante e importante para transmitirlo. Por lo tanto, es lógico para la persona religiosa que sus creencias deban ser transferidas a sus hijos. Pero, por otra parte, se debe respetar la posibilidad de que el hijo escuche otras voces, otros puntos de vista y conocimientos. Entonces es cuando los padres debemos asumir que nuestros hijos podrían no tener las mismas ideas o creencias que nosotros, lo que para algunos nos suele ser muy duro. Pero no es obligatorio que la serie se prolongue de padres a hijos, como bien supo un proselitista fascista de la época de Mussolini. El personaje iba por los pueblos pregonando la buena nueva del fascismo.

Encontró a un muchacho y le dijo que debía afiliarse al Partido porque era el futuro de Italia. Entonces el joven contestó: “No, mira, mi padre era socialista, mi abuelo era socialista, tengo otros parientes comunistas. Yo no puedo hacerme fascista”. El militante del “fascio” arremetió indignado: “¿Qué argumento es ese de que tu padre y de que tu abuelo? ¿Y si tu padre fuera un asesino; y si tu abuelo hubiera sido un asesino?”. El muchacho lo interrumpió: “¡Ah!, entonces sí... entonces sí me haría del partido fascista”.


[i] Umberto Eco y Carlo Maria Martín, En qué creen los que no creen, Madrid, temas de Hoy, 1997.
[ii] Marcos Aguinis nació en Córdoba, Argentina, en 1935. Escritor con una amplia formación internacional en medicina,, psicoanálisis, arte, literatura e historia. En 1963 publicó su primer libro y, desde entonces, ha publicado siete novelas, ocho libros de ensayos, cuatro libros de cuentos y dos biografías. Creó el PRONDEC (Programa Nacional de Democratización e la Cultura), que obtuvo el apoyo de la UNESCO y de las Naciones Unidas.
[iii] Ariel Álvarez Valdez es sacerdote católico y teólogo nacido en Buenos Aires, Argentina. Ha publicado varios libros, entre los que destacan Historia de Israel: desde sus orígenes hasta la rebelión de Simón Bar Kosilbah. La conquista de la tierra prometida como proyecto de unidad política, El armagedón del Apocalipsis y Enigmas de la Biblia.
[iv] Luis de Sebastián Carazo es economista español, catedrático de economía en ESADE de Barcelona y miembro del Área Social de Cristianismo y Justicia. Actualmente escribe artículos para el diario El País. Consultor del BID. Autor de varios libros, entre los que destacan De la esclavitud a los derechos humanos, Semilla democrática: Experiencias de democracia participativa en América Latina, Jubileo 2000: El perdón de la deuda externa, Razones para la esperanza y la pobreza en Estados Unidos.
[v] Isaac Sacca es gran rabino argentino. Pertenece a la Asociación Israelita Sefardí de Buenos Aires. Actualmente dirige el Shavva Tov (Movimiento para la continuidad del judaísmo).
[vi] Emilio J, Corbière es escritor, periodista y profesor universitario argentino. Ha sido redactor de diarios y revistas como La Vanguardia, La Opinión, La Nación, Tiempo Argentino y Sur. Actualmente es colaborador de Le Monde Diplomatique (en español) y columnista de la revista Noticias. Entre sus últimos libros destacan Orígenes del comunismo argentino y Opus Dei. El totalitarismo católico.
[vii] George Borrow, La Biblia en España, Madrid, Alianza Editorial, 1983.

II NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO

Fernando Savater

Vamos a ver... porque hay cosas que me parecen un error de tu parte. Prohibiste la utilización de tu nombre en vano. Pero deberías entender que hay veces en que uno no puede cumplir aquello que prometió en nombre tuyo. Eso no es porque uno carezca de intención, ni porque no ponga la mejor voluntad del mundo para cumplir. Creo que deberías sentirte halagado de que los hombres echemos mano de tu nombre de forma constante para apoyar nuestros juicios y promesas. No sólo lo hacemos en esos momentos, sino también cuando mostramos enfado. Y aunque te parezca un contrasentido, si blasfemamos lo hacemos de alguna manera como un homenaje. Hay veces que nos sentimos tan indignados que la única forma que encontramos para enfrentarnos al mundo es meternos contigo directamente. En fin... tu nombre ha sido utilizado durante siglos para apoyar la jurisprudencia, negocios, gobiernos, etcétera. Mira la importancia que tiene el poder jurar en tu nombre, que cuando necesitamos convencer a alguien de que lo amamos nos respaldamos en ti. ¡Cuántas veces te habrás enfadado al escuchar: “Mi vida, te necesito tanto..., te lo juro por Dios”!

Bueno... bueno... tienes razón... tal vez abusamos un poco, pero pienso que tu mayor motivo de preocupación debería ser la falta de respeto que la gente tiene hoy por tu nombre. Es decir, juran amor y después lo traicionan. Los políticos juran que van a cumplir todo tipo de preceptos, que van ha hacer toda clase de hazañas en tu nombre, y cuando empiezan a ejercer como funcionarios se olvidan de ti con suma facilidad. Parece que tu nombre se va devaluando, está perdiendo fuerza, aunque te caiga fatal, y eso no está bien para cualquier divinidad que se precie como tal.

DIOS COMO TESTIGO CUANDO SE JURA O SE PROMETE

Cuando era pequeño y quería asegurar algo decía: “Te lo juro”, y el otro preguntaba: “¿Juras o prometes?”... y claro, en esa situación uno retrocedía porque eso de jurar ya era excesivo, y entonces decía: “Lo prometo”. Así aliviaba mi conciencia porque, al no tener una ofrenda del testimonio divino, quería decir que se podía saltar lo prometido. Por esa razón, siempre los niños pedíamos: “No prometas, júramelo”. “No... no... sólo lo prometo porque no se puede jurar”. Allí ya se planteaba la dialéctica. Todos sabíamos que prometer era una cosa muy poco fiable. Había que escuchar de la boca del otro: “Te lo juro por ésta”, y entonces eso lo convertía el algo definitivo... o por lo menos, casi definitivo.

Y éstas son situaciones que no sólo han tenido importancia en los juegos infantiles, sino también en la historia política. John Locke, en su libro Tratado sobre la intolerancia, obra fundamental para propugnar la tolerancia en Europa, excluía de las normas políticas a los ateos. Admitía en su “Estado ideal” a todas las Iglesias u creencias, pero no a los ateos. ¿Por qué? Sencilla, los ateos no eran fiables cuando juraban, que era algo básico en los procesos civiles de la época. Había que jurar cargos y la aceptación de las leyes ante los tribunales, entre otras cosas; por lo tanto, un ateo no era fiable porque juraba con toda tranquilidad y luego no cumplía o no podía cumplir lo que decía.

Es como un juego. Ponemos a Dios como testigo, aun sabiendo que no vamos a cumplir o que podríamos llegar a no cumplir. Lo mismo pasa con nuestros circunstanciales interlocutores, quienes no le dan la mínima importancia a nuestro juramento. En definitiva, todos los que participamos de esa ceremonia hemos usado el nombre de Dios.

Lo utilizamos como un castigo trascendental, aunque sepamos de antemano que no va a poder intervenir públicamente para respaldar lo que uno afirma o niega. Es una especie de ritual de sobreentendidos, por no decir malentendidos, que en algunas ocasiones, salvo milagros, podría dar lugar a situaciones curiosas.

Existe una leyenda española, la del Cristo de la Vega, de Toledo. Habla de un soldado que antes de partir hacia la guerra le prometió matrimonio a una doncella. Se lo juró frente a Cristo de la Vega, un crucifijo que existe en la ciudad. El muchacho volvió luego de unos años, sano y salvo, pero ya no estaba enamorado de esa chica. Entonces se negó a cumplir con la promesa y todo derivó en un escándalo en el que intervino un juez, quien le preguntó a la dama si tenía algún testigo del hecho. Ella contestó: “Pues sí, estaba Cristo de la Vega”, Entonces al juez no se le ocurrió nada mejor que enviar a un escribano para tomarle declaración al Cristo. Todo esto que a nosotros nos parece descabellado, la leyenda lo transforma en un hecho razonable, ya que cuando el escribano le preguntó al Cristo si juraba haber presenciado los hechos que se discutían la figura de madera, muy segura de sí misma, descolgó una de sus manos que estaban clavadas en la cruz y afirmó: “Sí, juro”. Más allá de la historia piadosa que fue inventada por Zorrilla, hoy uno puede ver al Cristo de la Vega con sus manos desclavadas de la cruz. Podríamos decir que éste es uno de los pocos casos conocidos en los que este testimonio trascendental se cumple.

Lo que pasa es que, con el tiempo, cuando los juramentos y los “te quiero” se multiplican, muchas veces lo hacen en vano, van perdiendo fuerza, se convierten en una simple moda y pierden veracidad. Hay muchos amantes descarriados que todavía prometen el oro y el moro pero cuando llega el momento cumbre de pronunciar las dos palabras más esperadas: “Te quiero”, el terror los invade. Incluso conozco a mucha gente que sin ser creyente, si se encuentran frente a una situación donde deben prestar un juramento, un incómodo escalofrío les recorre la espalda.

El jurar era una parte fundamental en los juicios que se llevaban a cabo en el mundo judío. Por lo tanto el mandamiento era muy claro en ese sentido: no había que emitir falsos juicios, por que podían perjudicar al prójimo. El juramento era el elemento clave, tomado en cuenta por los jueces en sus decisiones y servía también como forma de mantener el orden social.

Por lo tanto, los israelitas debían ser muy cuidadosos y mesurados en la utilización del nombre de Dios. Cuanto menos se manoseara la palabra, más valor tenía.

En ese sentido el rabino Isaac Sacca dice que “si uno utiliza el nombre de Dios para asuntos banales, está despreciando la palabra y el nombre de Dios, y por carácter transitivo está despreciando al mismo Dios”.

En la vida cotidiana el jurar es casi un acto reflejo. Como en tantas otras cuestiones, algunos religiosos se niegan a aceptar esta costumbre. Al respecto, el rabino Sacca explica que: “El juramento excesivo no es bien visto en el judaísmo. Sí es correcto hacerlo por algo serio en el momento adecuado En ese caso se puede y se debe utilizar, aunque siempre contemplando la extensa reglamentación que tenemos al respecto que indica las formas y las causas que permiten hacerlo”.

Pero, como en otros casos, las leyes de Moisés fueron superadas por la utilización del lenguaje. Cuántas veces habremos dicho “te juro que es cierto, que vi a fulano de tal en ese lugar”. Esto no implicaría nada más que el refuerzo de algún relato o una idea, y no pretende ofender a Dios.

Creo también, que salvo algún troglodita nostálgico de la Inquisición –que nunca falta-, los mismos religiosos hablan hoy del tema como una simple formalidad. Porque en realidad lo que importa es lo que acompaña al juramento, la afirmación que se intenta respaldar y si existe intención de perjudicar alguien con una mentira. El padre Ariel Busso, (1) decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Argentina no cree que en estos casos haya intenciones ofensivas hacia Dios: “Cuando alguien dice "te juro que es cierto" y se lleva los dedos en forma de cruz a la boca, la gente no quiere ofender a Dios. El problema es cuando se lo invoca en forma oficial, sabiendo de antemano que lo van a traicionar. Total, lo anotan en la cuenta de Dios, que no castiga como los hombres con la cárcel o con una pena que duela”.

Lo que hoy subsiste en lo profundo de nuestra sociedad es el miedo reverencial al nombre de Dios y de Jesús, fuera de los contextos estrictamente religiosos o culturales que prescribe la Biblia. Tal como dice Luis Sebastián en su libro Los mandamientos del siglo XXI: “Ha quedado en la tradición protestante, u por contagio probablemente también entre los católicos anglosajones, que se escandalizan ante el hecho de que un hombre lleve el nombre de Jesús. Pongo por testigo a Jesús Luzurraga, un compañero mío en la Universidad de Oxford a quien los ingleses no se avenían a llamarle por su nombre, porque les sonaba como una auténtica blasfemia, o al menos como un desacato a la divinidad”.

En la actualidad, los tribunales seculares tienen una figura, que es la del “falso testimonio”, con la que se puede acusar al que incurre en él, luego de jurar y después mentir ante un tribunal. Por lo tanto, es cierto que el juramento se ha devaluado. Pero también es verdad que su significado ha perdurado a través de los siglos y vive dentro de una de las instituciones fundamentales de la sociedad moderna: la justicia, ámbito donde nació.

Pero si bien es verdad que en la actualidad es juramento en nombre de Dios ha perdido su contundencia, no es menos cierto que en términos generales todas las palabras han perdido su valor. Sobre todo el valor de la “palabra empeñada”. Me decía un amigo empresario televisivo: “Hasta no hace muchos años, te dabas la mano con tu interlocutor y el negocio estaba cerrado, sólo quedaba que los abogados se ocuparan del resto. Hoy todo ha cambiado, no hay palabra ni apretón de manos que valga, estamos en un mundo sin códigos”. No quiero desalentar a mi amigo, pero en todo caso lo que han cambiado son los códigos, que siempre existen. Lo que sucede es que uno no se adapta o no quiere adaptarse a los nuevos que aparecen.

Ocurre además que la palabra oral ha perdido importancia frente a la escrita. El padre Busso es más explícito en este tema: “El problema no es el hábito de jurar, sino la pérdida de los valores. Estamos en un mundo donde las cosas que se dicen no tiene valor. Vivimos en la cultura de la falsedad y entonces es muy probable que el juramento se utilice para respaldar la mentira, que es lo habitual”.

Cuando Yahvé le entregó sus leyes a Moisés en el monte Sinaí, el pueblo judío entendió que no había diferencias entre las normas religiosas y las seculares. Todo era una sola cosa. Entonces se planteaba el inconveniente de siempre: que como Dios no podía atender uno por uno a todos los hombres, otros individuos, otros individuos harían el trabajo por él.

Con Cristo y su Sermón de la Montaña, se produjo un cambio que se convirtió e definitivo cuando el cristianismo pasó a ser la religión oficial del Imperio romano. Entonces, se produjo una clara diferencia entre lo religioso y lo civil. De cualquier manera, las Iglesias siempre se las ingeniaron para reforzar su poder, y lograron manipular ciertas normas civiles. Por lo tanto, algunos de los mandamientos que no son más que el fruto del sentido común, con o sin Dios de por medio, pasaron al fuero civil: “No matarás”; “No levantarás falsos testimonios”; “No codiciarás los bienes ajenos”.

QUÉ JURAMOS CUANDO JURAMOS

En los usos del lenguaje hay un aserie de expresiones que reciben el nombre técnico de uso “preformativo”. Son aquellas que significan hacer algo, es decir que no solamente enuncian o señalan, sino que al proferirlas se está realizando una acción. Por ejemplo, decir “sí, juro”, no es solamente enunciar una frase, sino también realizar algo. El acto de jurar consiste en decir “sí, juro”. Decir “te quiero” implica el acto de querer, ya que significa en forma explícita que quieres al destinatario del enunciado. De allí la exigencia del “júramelo” o “dime que me quieres”, porque no se trata de frases de adorno o de explicación. Son palabras que conllevan en sí mismas las acción que se enuncia. Liga y compromete de manera automática a quien las diga.

De todas maneras, creo que no siempre es conveniente que algunas personas cumplan con lo prometido. Si bien la historia está llena de gente que no cumplió con lo que dijo que iba a hacer, desgraciadamente también está cargada de dictadores y asesinos que prometieron masacres y venganzas que hicieron realidad en nombre de una justicia pergeñada para ellos mismos.

Muchas veces, hasta el hacer valer promesas absurdas se volvió en contra de quienes las profirieron. Tal fue el caso de Jefté, uno de los jueces de Israel, quien luego de vencer en una batalla, le prometió con ligereza a Dios que, en agradecimiento, cuando llegara al lugar donde vivía, sacrificaría a la primera persona que saliera a recibirlo. Nunca imaginó que la primera que aparecería iba a ser su hija, la única que tenía. Sin dudarlo ni un instante, la mató y la quemó sólo para cumplir con su promesa a Dios.
Queda claro que es un error pensar que lo mejor es que siempre se cumplan las promesas.

SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS

Sin duda son los políticos quienes, en cualquier lugar del planeta, cargan, con mayor o menor justicia, con el sambenito de ser quienes más promesas hacen y, por el contrario, los más incumplidores.

Uno de los episodios más impresionantes se encuentra en los escritos de Platón cuando en la Carta VII cuenta su malhadada aventura y se le acusa de intentar convertir al tirano Dionisio en una especie de rey filosófico como él soñaba. En un momento determinado, un amigo de Platón y de Dionisio tuvo que huir porque el tirano había decidido matarlo. Platón intercedió y Dionisio le dijo que el exiliado se presentase con toda tranquilidad porque el prometía perdonarlo. Cuando el perseguido volvió fue de inmediato condenado a muerte y ejecutado. Platón, conmocionado, fue a protestarle a Dionisio: “Tú me habías prometido perdonarle”, dijo. Entonces el tirano miró a Platón con frialdad a los ojos y le dijo: “Yo no te he prometido nada”.

Ésta es la verdad. El tirano no promete nada. Es decir, puede hacer el gesto de prometer, puede pronunciar las palabras, pero no las considera un compromiso, porque se siente por encima de todos y nadie le puede obligar a cumplir con lo que él dice.

Muchas veces somos demasiado exigentes con las promesas de los políticos. Estos personajes las utilizan para ofrecerse y venderse a los electores.

De todas formas, habría que preguntarse: ¿les toleraríamos que no nos hicieran esas promesas? ¿Realmente votaríamos a un políticos que confesara sin pudor sus limitaciones, o que reconociese que las dificultades son grandes y que, a corto plazo, no podría resolver los problemas, o que va a exigir grandes sacrificios a la población? ¿Cuántos hombres podrían prometer, como hizo Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial: “Sangre, sudor y lágrimas”? ¿Admitiríamos que un político nos dijese la verdad con crudeza, y nos exigiese que le aceptásemos?

Muchas veces nos quejamos de que los políticos mienten, pero de forma inconsciente les pedimos que lo hagan. Nunca los votaríamos si dijesen la verdad tal cual es, si no diesen esa impresión de omnisciencia y omnipotencia que todos sabemos que están muy lejos de poseer. De modo que aquí hay una especie de paradoja: por un lado no queremos ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan.

La mejor manera de cumplir
con la palabra empeñada es no darla jamás.
NAPOLEÓN BONAPARTE

EL ARTE DE HACERNOS CREER LO QUE NUNCA SE VA A CUMPLIR

Pero hay varias profesiones que le disputan a los políticos la explotación de las promesas y el acto de involucrar a Dios en sus intereses. Allí tenemos a la publicidad, que se mete con nosotros a cada paso que damos. “Si encuentra usted un detergente que lave más blanco le devolvemos su dinero.” Este tipo de promesas y otras aún más impactantes –porque esa promesa del jabón en polvo no es en realidad tan estruendosa- son constantes en la televisión, en la radio y en los periódicos.

La publicidad es una sarta permanente de promesas y juramentos al consumidor. “Esto es lo mejor”; “esto contiene los productos más naturales”; “esto es lo que a usted le producirá mayor satisfacción”; “compare con otros”.

Lo curioso es que creemos a personas que nos intentan persuadir de cosas que sólo los benefician a ellos, cuando en otros ámbitos no mostramos tanta credulidad. Confiar en un publicitario es hacerlo en alguien que esté sacando beneficio de nuestra credibilidad. Éste también es un juego parecido al que desarrollamos con los políticos, pero con distintas características. Marcelo Capurro (2) publicitario y periodista, considera excesivo el uso de la imagen o el nombre de Dios en campañas publicitarias. “Sobre todo si existe una visión impuesta por Hollywood que presenta, por ejemplo, un Cristo rubio y de ojos celestes como el de Rey de Reyes protagonizado por Jeffrey Hunter. Loa americanos se han inventado su imagen física de Dios, que tiene más de noruego que de semita. Estoy en contra de la utilización del nombre de Dios de manera frívola, sobre todo cuando invade y ofende a los creyentes. Por otra parte, no creo que la imagen o el nombre de Dios hoy tenga un peso lo suficientemente positivo en una campaña publicitaria como para aumentar las ventas del producto promocionado.

De cualquier manera, en nuestro lenguaje, las expresiones de juramento, promesa con el refrendo divino, son omnipresentes, quizá como resultado de atavismos de ciertas épocas del lenguaje. Después de todo, Dios siempre está allí para poder darle las gracias por lo bueno que ocurre, o maldecirle o llorarle por lo malo que nos pasa.

Muchas veces los orígenes divinos están integrados en nuestras fórmulas verbales. Por ejemplo, “ojalá” quiere decir “Alá lo quiera”, y se trata de una expresión en la cual todos hacemos una profesión de fe musulmana cada vez que la utilizamos, aunque sin saberlo, ya que son expresiones que están integradas a nuestros usos lingüísticos y sociales.

INSULTAR A DIOS

El segundo mandamiento contempla también el precepto de no blasfemar. Blasfemia significa, según el diccionario de la Real Academia: “Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos”.

Para Luis de Sebastián el respeto a esta norma debe ser más amplio, y tiene que definirse como el mandamiento de la tolerancia. “Pero lo hacemos no en virtud de dogma alguno –dice-, sino en virtud de la tolerancia necesaria en un mundo con una gran pluralidad de religiones y creencias filosóficas. Esto se debe aplicar especialmente a los católicos practicantes y a todos los fundamentalistas que están dispuestos a morir y matar por defender la unicidad, la verdad y suprema importancia de su religión. La blasfemia es una curiosidad mediterránea, porque fuera de estos pueblos católicos no debe haber sitio alguno donde se blasfeme como en España.”

La blasfemia además tiene un contenido social. Durante muchos años “cagarse en Dios” o “cagarse en la historia”, significaba hacerlo en Franco, porque estaba todo íntimamente ligado, y se transformaba en una forma de protesta contra el régimen.

En el libro Mi último suspiro el director de cine Luis Buñuel agrega: “El idioma español es, ciertamente, el más blasfematorio del mundo. A diferencia de otros idiomas, en los que juramentos y blasfemias son, por regla general, breves y separados, la blasfemia española asume fácilmente la forma de un largo discurso en el que tremendas obscenidades, relacionadas principalmente con Dios, Cristo, el Espíritu Santo, la Virgen y los santos apóstoles, sin olvidar al Papa, pueden encadenarse y formar frases escatológicas e impresionantes. La blasfemia es un arte español. En México, por ejemplo, donde sin embargo la cultura española se halla presente desde hace cuatro siglos, nunca he oído blasfemar convenientemente”.

NADIE OFRECE TANTO COMO EL QUE NO PIENSA CUMPLIR

En efecto, si uno piensa dar nada, entonces, ¿por qué no prometerlo todo? Ése es el éxito de los grandes estafadores, que siempre hacen unas ofertas irresistibles porque no piensan cumplir con nada de lo que predicen. Entonces, si tú vas a dar nada, por lo menos sé generoso en la cantidad de lo que prometes, dado que no lo serás a la hora de cumplir.

De cualquier manera, la vida cotidiana nos muestra que el juramento se desvirtúa, va bajando de calidad, al convertirse en un mero acto ritual, a veces exigido y que uno no puede evitar.

Recuerdo que, cuando era joven e ingresé en la universidad, los alumnos y los catedráticos teníamos que firmar una adhesión a los principios del Movimiento Nacional y de su caudillo, Francisco Franco. Si no lo hacías, no podías participar de la vida universitaria. Y allí íbamos y firmábamos ese papel sin mirar, y sin hacerle ningún caso, y luego te dedicabas al activismo político en contra de lo que uno acababa de asegurar que acataba. Era un ejemplo de banalización de un juramento. Pero como ya hemos visto en el caso del desgraciado Jefté, el israelita que sacrificó a su hija, en la vida universitaria de aquellos tiempos lo correcto era no cumplir con lo que se juraba.

Lo curioso es que estamos en un mundo que se basa en buena medida en el crédito, que significa dar por bueno un juramento, una promesa. Por ejemplo, el dinero, las tarjetas de crédito, los cheques, incluso el propio patrón de conversión de divisas de cada país, todo se basa en el crédito. Uno cree que hay algo que respalda el billete que tiene en el bolsillo; uno cree que la tarjeta será respaldada por su banco y el banco cree que el individuo la pagará; uno cree que el cheque que recibió tiene fondos. Estamos dándonos créditos unos a otros. Llama la atención que sea en el mundo del crédito donde el juramento y la promesa se hayan trivializado.

Promesas, juramentos. Hay leyes civiles que se crean para reforzar lo que se ha prometido en un documento público. Hay también legislación religiosa que castiga al que jura en vano. Sin embargo, al que sufre un fraude y es engañado, le da igual saber si el que le hizo daño será castigado por la justicia de Dios o por la justicia humana. Lo único que querrá saber es en qué se verá afectado el que lo perjudicó y si podrá recuperar algo de lo que perdió.

“No tomarás el nombre de Dios en vano.” ¿Qué implica entonces esto? Más allá de cuestiones religiosas quiere decir que no se debe utilizar a Dios. Que no se deben utilizar las grandes palabras para abusar de la confianza de tus semejantes. No debes invocar en nombre de lo trascendente, de la divinidad, de los grandes valores, de las libertades, de los objetivos públicos de la sociedad, para abusar de la confianza de tus semejantes, para engañarlos, para someterlos a tu capricho o a tu deseo. Lo valioso no debe ser utilizado para la mentira y el fraude, porque produce un ambiente de banalidad que termina quitando el peso y valor a los que debería ser más estimable.

(1) Ariel D. Busso es sacerdote argentino. Decano y profesor de derecho canónico en la Universidad Católica Argentina. Está considerado como uno de los canonistas más sobresalientes del país. Ha publicado artículos en diferentes periódicos, todos ellos relacionados con el derecho canónico y la Iglesia. Es autor del libro Pastores y fieles: Constructores de la Comunidad Parroquiana.
(2) Marcelo Capurro, periodista y publicitario argentino. En 1995 fue director del diario La Prensa. Actualmente es director de la revista argentina Debate.