X NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS
Fernando Savater Qué difícil debe de ser cumplir con este precepto cuando la codicia parece que funciona en todo el mundo de una manera abrumadora. Vemos que una serie de personajes, incluso los más celebrados, son codiciosos, y en ocasiones de un modo insaciable. Por mucho que hayan alcanzado, acumulado o robado, nunca es suficiente. Los mayores fraudes no los cometen quienes quieren hacerse ricos, sino quienes quieren hacerse más ricos, Y esto ocurre –tú lo sabes bien- en un mundo donde millones y millones de personas viven con menos de un dólar diario. El espectáculo de la codicia desenfrenada asusta y repugna a la vez. De cualquier manera, te reconozco que la envidia –el motor de la codicia- no siempre es negativa. Me refiero a la entendida como deseo de emulación, de competencia, de hacer las cosas mejor que el otro o de conseguirlas sin quitárselas a nadie, No sólo hablamos de los objetos materiales, sino también de las virtudes de las personas: la valentía, la sinceridad o el consentimiento, también son envidiables, porque pueden producir un estímulo positivo. Pero los hombres somos así: cuando se trata de cosas tangibles, la envidia del dinero, del prestigio, de representación ante los demás se convierte en un elemento embrutecedor. Vemos que muchas personas, en su deseo de sobresalir, empiezan a adquirir un rostro de avidez que provoca miedo. Este mandamiento, tal como lo conocemos, parece desprenderse del noveno, lo cual demuestra la enorme importancia que tienen los conceptos de la envidia y el deseo. En este terreno, las semejanzas nos pueden enfrentar cuando queremos lo mismo que los otros, sobre todo cuando vemos que se trata de algo que no puede tenerlo más que una sola persona. De ahí surge la competencia y la envidia que tienen su origen en nuestra sociabilidad, pero que también se convierten en una amenaza para la misma. La envidia va tan flaca y amarilla FRANCISCO DE QUEVEDO Otro ejemplo se aprecia en el teatro clásico, donde los problemas están divididos por grupos humanos. Los nobles y los aristócratas tienen su propio conjunto de rivalidades y ambiciones, mientras que los criados y las personas de clases inferiores tienen sus envidias particulares. Pero son sentimientos que no interfieren unos con otros. Lo característico de una sociedad de iguales, que comienza a vislumbrarse a fines del siglo XIII es que la envidia se democratiza. TODOS SE ENVIDIAN Hoy en día ser envidiado es un valor, una forma de prestigio, porque, en definitiva, quien nos envidia nos ofrece un relativo homenaje. Uno se siente halagado pues se siente elevado a una posición superior al que lo envidia. Por lo tanto, y aunque parezca un juego de palabras, no sólo envidiamos una serie de cosas, sino también la condición de envidiados. Pero esto no es patrimonio exclusivo de los grupos de poder. También hay envidia dentro de la miseria, entre quienes tienen muy poco. Existe en los campos de concentración, donde puede generarla un par de zapatos o un cuenco para beber agua que otro posee. La envidia no nace sólo en cuestiones superfluas, sino también en los momentos de mayor angustia ante una necesidad más urgente. Se trata, en estos casos, de uno de los sentimientos más patéticos y angustiosos que tiene que ver con el instinto de supervivencia. La democracia también fomenta la envidia y la extiende. La envidia también codicia ese bien que es el poder, el mando que se tiene sobre la comunidad. En este caso se convierte en un valor positivo. Por ejemplo, dentro del régimen democrático, es positiva la vigilancia que ejercemos sobre nuestros dirigentes porque somos envidiosos. No estamos dispuestos a consentir que quienes detentan nuestra representación en la sociedad posean privilegios indebidos. Aunque les otorgamos una serie de ventajas, no queremos que se aprovechen del espacio que les concedimos con nuestro voto. La propia envidia democrática los señala cuando cometen actos incorrectos y les dice: “Eso no puede ser”. A un rey absoluto, a cualquiera de los grandes monarcas de la antigüedad, nadie le reprochaba sus depredaciones, su lujuria, ni ningún otro tipo de abusos, pero a nuestros dirigentes sí, porque consideramos que son como nosotros y, como también quisiéramos tener esas ventajas, no estamos dispuestos a regalárselas si son indebidas. Así pues, en la democracia a veces la envidia funciona como un mecanismo de vigilancia política que abarca a los funcionarios, a los grandes empresarios y a los grupos de poder. En este sentido, la envidia cumple una función purificadora porque gracias a ella no pasamos por alto cierto tipo de corrupciones. la ingratitud, la soberbia y la envidia. MARTÍN LUTERO ENVIDIA HALAGADORA En el mundo de la publicidad el juego de la envidia es muy curioso. Por una parte, quiere vender productos a la mayor cantidad de gente posible. Pero el publicitario también tiene que hacer que quien vaya a comprar su producto se sienta único. Tiene que vender un tipo de ropa, un alimento o un viaje que haga pensar al comprador que los va a transformar en un ser único, pero al mismo tiempo deben vendérselo a la mayor cantidad de gente posible. ¿Cómo se logra convencer a alguien de que debe adquirir un producto para distinguirse de los demás, y hacerlo de tal manera que todo el mundo pique y busque diferenciarse del mismo modo? Si la publicidad es efectiva no se tratará de una distinción, sino será un reconocimiento entre muchos. Se producirá una masificación del producto y la persona. Donde exista una comunidad de bienes no puede haber codicia, puesto que ningún bien es ajeno. Codiciar las cosas del otro es característico de las sociedades donde existe la propiedad privada. En tales sociedades, las personas que no tienen, envidian y desean lo que otro posee. Por supuesto que la propiedad nunca es completamente privada. Toda la riqueza es social. Nadie se hace rico en la soledad o por su propio genio, porque su talento se ejerce socialmente y ésa es la clave de su éxito. Pero como todas las riquezas son sociales, también tiene como límite la misma sociedad, gracias a lo cual se puede tratar de igualar a los integrantes de las comunidades. Según el padre Busso, “la propiedad privada para el cristianismo es un concepto primario, pero subordinado, no absoluto. Los bienes de la creación han sido otorgados a todos. Por ejemplo, la expropiación para el bien común es algo permitido en la vida y la moral cristianas. Si la propiedad privada hiere o realiza algún acto injusto contra lo ajeno, es evidente que el bien común prima sobre el privado. El problema de la indigencia no tiene su origen en la cantidad de comensales del mundo, sino en la distribución de la comida en la mesa”. Nadie es realmente digno de envidia. Marcos Aguinis define con precisión la codicia: “Es una condena para el que la sufre –afirma-, porque lo convierte en un ser mitológico que termina por morirse de hambre, debido a que todo lo que toca es oro. Es decir, es un individuo que jamás puede satisfacerse, que jamás llega a estar feliz, porque todo lo que consigue lo lleva a desear conseguir más. Entonces es una carrera loca, es un rueda que gira en el espacio que nunca llega a ninguna parte”. El precepto “no codiciarás los bienes ajenos” cubre un espectro muy amplio de sugerencias y de temas. La envidia es fundamental en nuestra propia condición, y sobre todo en las sociedades democráticas, en las que vivimos. No siempre es negativa, puede servir de control democrático, y un elemento que incluso se transforme en admiración hacia personalidades destacadas. Y como siempre, y tal como lo analizamos en el noveno mandamiento, la idea de que nuestro deseo está siempre despertándose al ver desear a otros determinadas cosas. Se trata en definitiva de una cuestión que se sigue enriqueciendo y reciclando y que no tiene una lectura simple. En definitiva, el análisis de la codicia nos abre a una reflexión que llega al fondo de nuestra sociedad, sobre nuestros bienes, sobre cómo los repartimos, los compartimos y convivimos. Para nosotros los mandamientos son hoy la representación de algo que existió y debe haber en todas las culturas: una lista de necesarias frustraciones de los deseos de los ciudadanos. Esto es imprescindible porque el deseo en infinito, polivalente, y no tiene límites. Por lo tanto, los mandamientos permiten, de alguna manera, frustrar parcialmente ese deseo y encauzarlo de tal forma que pueda ser soportable y armónico para la sociedad. En todas las culturas, los tabúes, las prohibiciones y también las prescripciones –en definitiva las normas- lo que hacen es implantar frustraciones socialmente aceptables. Las leyes de Moisés son la respuesta a distintas acciones posibles de los hombres. Es por esta razón por lo que en nuestros días podríamos estar en presencia de nuevas reglas si tenemos en cuenta la existencia de situaciones antes desconocidas. Por ejemplo, la genética y los experimentos de fecundación artificial abren un campo a nuevas perspectivas de las que naces posibilidades que no existían. Aristóteles nunca se preguntó ni se preocupó por estos temas porque no sabía que podían existir. En cambio, hoy tenemos que plantearnos la posibilidad de que un hijo nazca sin padre, sin madre y sin una línea de filiación. Es algo que hay que aceptar, más allá de lo que se pueda hacer desde la ciencia, más allá de lo puramente científico, porque –como ya dijimos- que dicha persona nazca sin una filiación definida supone una injusticia desde el punto de vista moral. Todo esto obliga a reflexionar sobre situaciones que hasta hace poco no se podían concebir. No estamos en presencia de una nueva moral, sino de nuevos campos de aplicación de principios que se han mantenido a través de los siglos. Más allá de las críticas, incluso desde el punto de vista de quienes no somos creyentes, la idea de un dios terrible, cruel y vengativo no está mal pensada, porque en definitiva todos los tabúes se basan en algo terrible. ¿Qué pasaría si no cumpliésemos? ¿Qué pasaría si todos los hombres decidiéramos matarnos unos a otros? ¿Si decidiéramos renunciar a la verdad o robáramos la propiedad de los demás o violáramos a todas las mujeres que se cruzaran en nuestro camino? Un mundo así sería horrendo. Todos apostamos por la imagen que Cristo introdujo en el mundo, la de un dios martirizado, humano y cercano. No cabe duda que es una imagen poética de un ser infinitamente superior. Pero desde el punto de vista de la legalidad, el dios vengativo y cruel es mucho más eficaz, porque el amable dice: “Amaos los unos a los otros y no necesitaréis leyes”... y es verdad, pero por desgracia no nos amamos los unos a los otros. Así es como volvemos a otro precepto más contundente: “Temeos los unos a los otros y aceptad las leyes”.
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