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Fernando Savater conversa con Dios

Quinto Mandamiento

V NO MATARÁS

Fernando Savater

Éste es el mandamiento que menos vamos a discutir. Nadie, ni los más escépticos y menos entusiasmados por las prohibiciones, rechaza este impedimento: no matarás. Es imprescindible y necesario, pero reconoce que estamos frente a una gran contradicción. En la historia se ha matado más en tu nombre que en el de los demás dioses...

Perdón... perdón... no te enfades, ya sabemos que no hay más dioses que tú, y que los demás son falsos. Lo que sí debes reconocer es que utilizándote como excusa se han declarado terribles guerras, cometiendo saqueros, se ha asesinado a millones de hombres, mujeres y niños.

¿Recuerdas la guerra de los albigenses? Seguro que sí. En una ciudad habían decidido pasar a cuchillo a los pobres albigenses. Le preguntaron al obispo cómo había que hacer para reconocer quiénes eran herejes (1) y quiénes no antes de ejecutarlos, entonces tu representante en la tierra recomendó matarlos a todos, ya que Dios reconocería a los suyos.

Debes aceptar que no te honran este tipo de planteamientos que se han repetido a lo largo de la historia.

ero además hay otros problemas. Tú dices: “No matarás”, pero tú nos matas a todos. No cabe duda de que eres el gran asesino universal. Claro, dirás que el quinto mandamiento sólo cabe para los humanos y no para ti, que estás por encima de ellos. Bueno... aceptémoslo así, pero de todas formas quedan una serie de dudas y temores, porque ya ves cómo está el mundo. No es un lugar donde reine el “no matarás” que tú nos ordenaste, sino todo lo contrario.

(1) Tengo entendido que fue Santo Domingo de Guzmán el que dijo esa pachotada criminal (Nota de Máximo Kinast)

NO MATARÁS, PERO SIN EXAGERAR

El precepto sólo dice “no matarás”, y a simple vista es una norma más que razonable. Sin embargo, dentro de la propia Biblia existen numerosos reos que merecen la muerte. Hay castigo mortal para los sodomitas, loa adúlteros o los enemigos del pueblo elegido. Hay otros ejemplos que añaden confusión. Todos los ejércitos llevaban su capellán castrense que bendice sus tropas, los condenados a muerte tienen a su lado a un sacerdote que los acompaña hasta el patíbulo.

En su libro ¿Qué sabemos de la Biblia?, el padre Ariel Álvarez Valdez enumera los pecados mortales que se definen en el Deuteronomio:

  • Si aparece alguien entre ustedes diciendo vamos a servir a otros dioses, distintos de Yahvé, ese hombre debe morir”.
  • “Si un hombre o una mujer va a servir a otros dioses y se postra ante ellos o ante el sol, la luna o las estrellas, los apedrearás hasta que mueran”.
  • “Si alguno no obedece lo que se le mandó en un juicio en el que se comprometió jurando por el nombre de Yahvé en vano, ese hombre debe morir”.
  • “Si un hombre tiene un hijo rebelde que no obedece a sus padres lo apedrearás hasta que muera”.
  • “Si un hombre mata a otro, el homicida debe morir”.
  • “Si una joven se casa con un hombre y resulta que no es virgen, la apedrearas hasta que muera”.
  • “Si un hombre rapta a otro, el ladrón debe morir”.
  • Si un testigo injusto se presenta ente otro y da testimonio falso, lo harás morir”.
  • “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos”.

En la Inglaterra del siglo XIX se intentó suprimir la condena a la horca para el robo, que incluía delitos por quince o veinte libras. Entre las fuerzas que se opusieron estaban los tres arzobispos que tenían representación en el Parlamento inglés.

Con estos ejemplos quiero mostrar cómo este “no matarás” que nos parece tan sublime ha sido desmentido no sólo por los laicos, sino también por los propios eclesiásticos.

Pero la lista es innumerable; por ejemplo, los conductores irresponsables que cogen un coche habiendo bebido unas copas y causan un accidente, también matan; matan las personas que consienten políticas que llevan al hambre o al abandono de millones de personas.

Luís de Sebastián habla de muerte directa e indirecta: “Todos los días más de diez mil niños mueren en el mundo de causas relacionadas con la desnutrición. A esos niños los mata el hambre, dirán algunos. Pero ¿quién es el responsable de esas muertes? Miles de personas cada año quedan mutiladas a causa de las minas anti personas que se sembraron en distintos escenarios de guerras. ¿Quién es el responsables de esas muertes? También deberíamos fijarnos en los millones de muertes que se producen anualmente por la mala organización de la economía, por la discriminación en el reparto de los bienes materiales contra los que no tienen dinero y por falta de solidaridad”. Hay una serie de conductas insensatas que tienen que ver con este mandamiento, como por ejemplo las de los médicos y científicos que durante el nazismo hicieron terribles experimentos utilizando a seres humanos como cobayas con la excusa del progreso de la ciencia.

Este precepto no se puede entender simplemente como “tú no emplearás la violencia de muerte contra otro”, ya que habría que tomarlo de alguna manera más amplia como “no causarás por acción u omisión la muerte de otros”.

La verdad es que el precepto “no matarás” se aplica a los de la propia tribu. Nadie admite el asesinato entre congéneres.. Ni siquiera ocurre eso entre una banda de gangsters. La cuestión es si se puede asesinar a los otros. El precepto se vuelve sublime cuando se aplica a toda la humanidad y no solamente a los de la propia facción.

Ningún grupo humano podría sustentarse ante el peligro de ser asesinado por los más próximos. El enemigo es exterior, ajeno, el que es distinto, el que no es como yo. Ésos no están protegidos por el “no matarás”.

El rabino Sacca amplía el tema: “La traducción exacta del mandamiento es "no asesinarás". Obviamente el matar no está prohibido en la Biblia de una forma total. Uno puede defenderse cuando lo atacan, reaccionar y matar a su opositor antes que éste lo mate a uno. La Biblia también contempla la pena de muerte en algunos casos, por ejemplo al que asesina. Cuando se cumplen los requisitos se enjuicia al culpable y puede ser ejecutado, debe ser ejecutado.

“Lo que está prohibido es el asesinato, y cualquier forma de quitarle la vida a otro individuo, cuando la propia Torá no lo contempla. Aquí también entra en juego la honorabilidad de los seres humanos. ¿En qué medida considero que una persona me viene a matar?, ¿cómo sé que el que pasa por mi vereda es una amenaza para mí y para mi familia? Aquí debo dar muestra de sentido común t raciocinio para evaluar qué grado de peligro tiene mi supuesto enemigo”.

LOS QUE MATAN Y SUS CÓMPLICES

Los grandes asesinatos masivos no habrían podido llevarse a cabo si los inspiradores no hubiesen tenido cómplices y voluntarios emprendedores que los ayudaran a cometer sus delitos. En muchas ocasiones dichas personas no se sienten culpables y dicen que cumplían órdenes. La famosa y siniestra obediencia debida que tantas veces hemos escuchado mencionar.

Ellos son el final de una escala, el responsable es la cabeza, el que organiza y decide. Los cómplices creen que no hacen nada. En un libro espléndido de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, se comenta el proceso de Adolf Eichmann. Arendt explica que se trataba de un burócrata que se considerar a sí mismo totalmente inocente, que todo lo que hizo fue poner la firma en un papel y que no cometió ningún delito. Sin embargo, ya no queda ninguna duda de que él fue parte imprescindible para cometer esos terribles crímenes y asesinatos.

La verdad es que nunca le faltan razones a quien desea matar; desde las justificaciones que busca Raskolnikov para asesinar a la vieja usurera de la novela Crimen y castigo de Dostoievski, que se elimina a un ser superfluo y dañino, hasta las grandes justificaciones heroicas, la salvación de la patria, la revolución, el triunfo del proletariado.

En cualquier caso, nunca han faltado argumentos para justificar muertes y crímenes. Frente a estas circunstancias se alza esta súplica, esta exigencia de “nunca más”. Quizá sea mucho pedir que “nunca más” se cometan crímenes y violaciones. Pero no que “nunca más” se intente justificar, legitimar, convertir en decentes asesinatos y abusos. “Nunca más” se incurrirá en la legitimación de la muerte.


¿CUÁNDO COMIENZA LA MUERTE?

¿Qué es la muerte? ¿Cuándo se está muerto? El límite que distingue entre la vida y la muerte se desplazó poco a poco a los largo de los siglos. Hoy se recuperan personas que hace cien o doscientos años estaban clínicamente desahuciados. Los avances tecnológicos nos permiten sorprendentes posibilidades de reactivación del corazón, del cerebro y, en definitiva, de la vida.

El punto donde se establece la muerte irreversible es cada vez más tenue. Se trata no sólo de la prolongación de la vida vegetativa, sino de la posibilidad de la existencia personal y consciente. Con toda la seguridad, los años que están por venir nos permitirán tener más posibilidades de recuperar personas del seno de las tinieblas irreversibles.

Existe una justicia religiosa del no matarás a partir de la orden divina. Pero recordemos a otro personaje de Dostoievski, aquel de Los hermanos Karamazov que decía: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Los que no somos religiosos pensamos de otra manera: “Pese a que Dios no exista, hay muchas cosas que no pueden estar permitidas”.

Entonces, ¿cuál es la justificación racional del quinto mandamiento? Matar significa introducir un principio antisocial por excelencia dentro de la comunidad. La sociedad se basa en la confianza mutua de quienes la componen. Los que están en ella deben ser socios, cómplices en la vida, y no deben transformarse en los enemigos que la amenazan y la destruyen. El hombre que está rodeado de asesinos vive peor que en la selva, porque sus propios semejantes pueden representar el crimen.

De modo que hay una visión religiosa: “No matemos porque Dios no quiere que matemos”, a pesar de que él –insisto- nos mata a todos, algo que no debemos olvidar. Pero, por otra parte, está el principio racional: no matemos porque eso destruye la sociedad y termina con la confianza imprescindible para que los seres humanos podamos reposar y descansar unos al lado de otros, sabiendo que nos guardamos las espaldas y no estamos amenazados por los que están cerca de nosotros.


El mayor crimen está ahora,
no en los que matan,
sino en los que no matan pero dejan matar.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

El quinto mandamiento convierte el matar en un acto escandaloso por excelencia, la muerte en algo antinatural. Sin embargo, todos sabemos que la muerte es lo más natural que existe, lo menos escandaloso y lo más absolutamente trivial. El mismo dios prohíbe que los hombres se asesinen unos a otros es el que ha establecido que la muerte es el precepto universal que prolonga la vida: morimos para que los demás puedan vivir.

Entonces la muerte es el gran instrumento, el mecanismo por el cual se prolonga la existencia en la naturaleza, en la divinidad, en la creación o en lo que ustedes quieran. ¿Cómo puede ser que ese precepto sea el más divino y el más natural? En el fondo los seres humanos hemos luchado contra la muerte y el asesinato, en contra de la naturaleza y la propia divinidad, que nos mata a todos por igual.

LA GUERRA, LA GRAN EXCUSA PARA MATAR

No hay nada que diga que un territorio es o no imprescindible para la subsistencia de un determinado grupo humano. Hitler consideraba que el espacio vital de su país exigía la conquista de Polonia, Austria y de Europa entera. Y así hemos visto en la modernidad muchos otros casos en los que las distintas naciones vieron como necesaria la posesión de territorios limítrofes.

Desde el siglo XVI los estudiosos del derecho natural han hablado de la existencia de guerras justas e injustas. Y entre las primeras, se encuentran aquellas que se producen en defensa de la vida humana, aunque destruyan otras vidas.

Creo que no hay que entender el proceso biológico como un absoluto, como un criterio zoológico. Hay que tomarlo como referencia a la vida humana, que exige libertad, autonomía, capacidad de intervención y decisión en los asuntos que nos afectan. En esta instancia, en la defensa de esos valores, entonces sí creo que se debe recurrir a la violencia, cuando todo está amenazado por la tiranía y la invasión destructora.

Me parece muy bueno no verter sangre humana, pero hay un momento en que el tirano se convierte en una causa de sufrimientos, crímenes y muerte, por lo que el respeto a la vida exige el enfrentamiento en un terreno en el que también pueden perderse vidas biológicas.

Leon Tolstoi se preguntaba y contestaba en Guerra y paz: “¿Qué es la guerra? ¿Qué se necesita para tener éxito en las operaciones militares? ¿Cuáles son las costumbres de la sociedad militar? La finalidad de la guerra es el homicidio; sus instrumentos, el espionaje, la traición, la ruina de los habitantes, el saqueo y el robo para aprovisionar al ejército, el engaño y la mentira, llamadas astucias militares; las costumbres de la clase militar y la borrachera, es decir, la falta de libertad. A pesar de esto, esa clase superior es respetada por todos. Todos los reyes, excepto el de China, llevan el uniforme militar, y se conceden las mayores recompensas al que ha matado más gente... Los soldados se reúnen, como por ejemplo sucederá mañana, para matarse unos a otros. Se matarán y mutilarán decenas de miles de hombres, y después se celebraran misas de acción de gracias porque se ha exterminado a mucha gente (cuyo número se suele exagerar) y se proclamará la victoria creyendo que cuantos más hombres se ha matado mayor es el mérito”.

Sólo hay una guerra
que puede permitirse el ser humano:
la guerra contra su extinción.
ISAAC ASIMOV

Para Baltasar Garzón existe una alternativa a la violencia y la muerte: “La Corte Internacional. Ni siquiera el Tribunal de Nüremberg tuvo tanta importancia. Sin embargo, llama la atención que países que son paladines de los derechos humanos no solamente desprecian, sino que incluso manifiestan su intención de combatir esta iniciativa, que no es para perseguir a quienes desarrollan misiones humanitarias y de paz, sino para protegerlos de quienes quebrantan el orden internacional fijado. Precisamente esta corte y el estatuto vienen a ejercer el principio de igualdad. Es decir, no se van a tomar en cuenta ni inmunidades, ni impunidades, ni principios de obediencias debidas, que tan malvadas consecuencias han tenido en otros países, como por ejemplo la Argentina”.

LA PENA DE MUERTE

Una de las aberraciones mayores de nuestra época es el mantenimiento de pena muerte, incluso por parte de países tan importantes y distinguidos como democráticos. Ninguna legislación internacional sanciona la pena de muerte. Ni siquiera el genocidio está penado así. Sí existen condenas muy duras, reclusiones de por vida, pero no la muerte.

Entonces la pregunta que se plantea es: ¿cómo puede ser que países que afirman convenciones internacionales en las que descarta la pena capital, la emplean dentro de su territorio por delitos menores al genocidio?

Pero también resulta absurdo lo que se considera delito según los países. Por ejemplo, la homosexualidad, que en Occidente es un derecho libremente aceptado, en otras culturas está castigado con la muerte. Hoy en día, en algunos lugares del mundo se convierten en delitos capitales cosas que ni siquiera son sancionadas en otros.

El juez Baltasar Garzón considera que “la visión que se ha tenido de la privación legal de la vida ha sido netamente utilitarista y muy sectaria, desde la Iglesia católica hasta cualquiera de los tiranos que hayan estado o estén pululando por el mundo. En definitiva, la pena de muerte ha sido planteada con un alcance económico, estratégico, político y religioso, que según ha convenido se ha suprimido o se ha aplicado. Por lo tanto, si se hiciera un análisis de cada unos elementos, se llegaría a la convicción ineludible de que el respeto a la vida conlleva la abolición de todo tipo de pena de muerte.

Además el mantenimiento irracional de la pena de muerte tiene que ver con el deseo de venganza y de mantener un fondo de atrocidad colectiva que no creo que mejore ni eduque a ninguno de los habitantes de los países donde todavía pervive esta aberración.

Un torturador no se redime suicidándose,
pero algo es algo.
MARIO BENEDETTI

NO TORTURARÁS A MENOS QUE SEA NECESARIO

Otra realidad atroz a lo largo de los siglos es la tortura, el empleo del dolor físico para obtener información, humillar o destruir a los contendientes y adversarios políticos.

Lo curioso es que uno de los elementos básicos de la justicia divina son las torturas del infierno y los castigos de los que tantas veces nos han hablado.

Hoy nadie justificaría la tortura, pero sin embargo hay algunos que dicen: “Bueno... hay que tener en cuenta la tortura si es un medio para conseguir información vital”. Si, por ejemplo, como suelen plantear los profesores de ética, alguien ha puesto una bomba en uno de los cuarenta colegios de la ciudad y sólo quedan tres cuartos de hora para la explosión, y el que ha puesto el artefacto se niega a declara, ¿es lícito o no torturar a esa persona para que confiese y se evite la muerte de esos inocentes?

Este tipo de suposiciones arbitrarias, confusas y complejas son las que llevan a decir: “Una vez que uno puede torturar para obtener información, todo lo que obtenga termina siendo interesante, si uno decide que quiere obtenerla y por lo tanto lo que quiere es torturar a partir de ello”.

Yo admito que una persona, sea padre o un policía, en un caso como el hipotético de los cuarenta colegios y la bomba, coja al criminal y le retuerza las orejas hasta que confiese dónde estallará el artefacto. Pero después de haber salvado a los niños debe aceptar recibir el castigo que sea por haberse comportado así. Lo que no admito es que se cree una norma según la cual unos individuos decidan cuándo una información es interesante, para a continuación obtenerla mediante el sufrimiento físico del potencial informante.

En la tortura, el ser humano queda en las manos de otro, convertido en un guiñapo que puede ser estrujado y destruido. Es el punto máximo de abominación, de la destrucción de la dignidad, y esto no se puede legislar. Si en algún momento hay que torturar a alguien para sacarle datos, que quien lo haga se atenga a las consecuencias, pero que no pida una ley para que justifique esa acción.

“La tortura es una especie de muerte –dice Garzón-, de matanza autorizada, y lo llamo así porque estoy pensando en los crímenes de tortura y desaparición forzada de personas. En definitiva, el trato degradante es llevar a la persona humana hasta un límite mismo que roce la muerte. A tal punto que, en la mayoría de los casos de personas torturadas y a los que yo he tenido ocasión de recibirles declaración en los procesos de investigación de crímenes contra la humanidad, deseaban la muerte en algún momento de su cautiverio o prácticamente día a día. Y si aguantaban, era por las ganas de vivir, pero de hecho la muerte por parte del victimario se había producido. Es decir, la degradación que la tortura supone de la persona y de su dignidad es tal, que sin lugar a dudas es equivalente a morir”.

Hay casos impresionantes de individuos destacados que han pasado por campos de concentración, por ejemplo en la época nazi o soviética. Muchos de ellos, años después de ser liberados se quitaron la vida. Creo que llegaron a la conclusión de que ya habían muerto, de que en verdad no habían logrado sobrevivir al campo porque su vida quedó allí.

Un ejemplo es el del psicólogo Bruno Bettelheim, quien en su libro ‘Sobrevivir: el holocausto de una generación’ después afirma: “Ser uno de los pocos que se salvaron cuando perecían millones de personas como tú parece entrañar una obligación especial de justificar tu buena suerte, tu misma existencia, ya que se permitió que ésta continuara cuando ocurría lo contrario con otras exactamente iguales a ella”.

El haber sobrevivido también parece entrañar responsabilidad imprecisa, pero muy especial. Ello se debe a que lo que debería haber sido tu derecho de nacimiento: vivir tu vida en relativa paz y seguridad –no ser asesinado caprichosamente por el Estado, que debería tener la obligación de protegerte la vida- se experimenta en realidad como un golpe de suerte inmerecida e inexplicable. Fue un milagro que el superviviente se salvase cuando perecían millones de seres como él, por lo tanto, parece que ello sucediera con algún propósito insondable.

“Una voz, la de la razón, trata de responder a la pregunta "¿Por qué me salvé?" con las palabras "Fue pura suerte, simple casualidad; no hay otra respuesta a la pregunta", mientras la voz de la conciencia replica: "Cierto, pero la razón por la que tuviste oportunidad de sobrevivir fue que algún otro prisionero murió en tu lugar". Y detrás de esta respuesta, como un susurro, cabría oír una acusación aún más severa, más crítica: "Algunos de ellos murieron porque tú los expulsaste de un puesto de trabajo más fácil, otros porque no les prestaste un poco de ayuda, comida, por ejemplo, de la que posiblemente hubieses podido prescindir". Y existe siempre la acusación última para la que no hay respuesta aceptable: "Te alegraste de que hubiera muerto otro en vez de ti"”.

ABORTO, SUICIDIO Y EUTANASIA

Es obvio que el quinto mandamiento se refiere a no matar personas. Entonces la cuestión es si un feto es una persona o un conjunto de células, cuyo desarrollo puede llegar a constituirse en un ser humano. A las dos o tres semanas de producida la concepción, ¿puede pasar a vivir en forma independiente de la madre? Es cierto que un conjunto de células que puedan llegar a formar un ser humano no lo son, de la misma manera que una castaña no es un castaño, aunque puede llegar a serlo. La cuestión es: ¿dónde se establece esa distinción? ¿Cuándo se produce el paso del embrión al ser ya realizado? Se trata de un tema que ha provocado muchas discusiones y que ha caminado a lo largo de los años. Pensemos que en el pasado había menos abortos porque existía más infanticidio. A las niñas no deseadas se las ejecutaba, al igual que a los niños que nacían con taras.

Hoy por fortuna no existe el infanticidio, pero sí la polémica sobre el aborto. Por supuesto que abortar no es algo irrelevante. Creo que ninguna mujer lo hace por gusto ni por capricho. Se trata de un problema no sólo legal, sino también moral, y hay que planteárselo. Hay visiones diferentes, las laicas y las religiosas, pero dentro de estas últimas hay también divergencias en el tratamiento del tema.

En el caso del judaísmo está prohibido como concepto general, pero existe la posibilidad de realizar el aborto terapéutico cuando corre peligro el embarazo y la vida de la madre. “Consideramos que la vida de la madre se antepone a la vida del feto –dice el rabino Sacca-, porque no se lo considera un ser vivo total sino relativo. De acuerdo a la ley, el que asesina a una persona tiene una condena, pero el que practica un aborto, aunque está prohibido, no tiene condena. Porque no mató a un ser humano, sino a algo que está en un proceso de vida. Hasta que la persona no nace no es considerada totalmente viva como ser humano, pero sí está en proceso de vida y está prohibido asesinarlo, salvo que otro ser vivo total corra peligro por causa de él, esto es aborto terapéutico”.

El catolicismo condena de forma específica el aborto y lo castiga con la excomunión ipso facto. El padre Busso explica la posición de la Iglesia: “La persona que realiza un aborto y los que le ayudan y colaboran caen en este castigo, siempre que el aborto se realice efectivamente y el individuo conozca la existencia del mismo, porque se trata de una de las formas de matar más graves. Para nosotros hay vida desde la concepción y hasta la muerte natural. La concepción está dada desde el momento en que se unen las dos células: la masculina y la femenina. No siempre fue considerado así, porque antes se pensaba que el alma era infundida al tercer mes de vida, por lo tanto recién a partir de ese mes se consideraba que el aborto producía una muerte. Muchas legislaciones civiles conservan la expresión "personas por nacer" al referirse al no nacido”.

Cuando se habla de no matar parece que uno se refiere a no matar al otro. Pero ¿qué pasa con los suicidas, los que se matan a sí mismos? Allí existe una complicidad entre el delincuente y la víctima. Es decir, son la misma persona. Podríamos decir que es el único crimen realmente perfecto; el asesino –el suicida- nunca puede ser castigado. Escapa definitivamente de la justicia, al menos de la tierra.

Si consideramos que la vida humana está en manos de Dios, que es una propiedad divina, que sólo somos usufructuarios o que vivimos de alquiler, entonces no tenemos derecho a quitárnosla. Otra cosa es si pensamos que la vida es un bien al que le debemos dar una jerarquía: alta, baja o sin ningún tipo de interés.

El suicida lo único que hace es renunciar a algo que ha sido un bien, y que ha dejado de serlo. Tal vez uno pueda suicidarse incluso por amor a la vida. Uno ha amado tanto la vida y las cosas buenas que ella tiene, que no se resigna a aceptarla cuando carece de lo que la hacía apreciable.

Para los judíos es tan condenable el suicidio como el asesinato. Según el rabino Sacca, “cuando una persona se deprime y se debilita, debe encintrar fuerzas para sobrellevar ese problema y no atentar contra su vida, porque si Dios nos está exhortando a no hacerlo es porque tenemos fuerzas para lograrlo”.

Existieron grandes maestros de moral como Séneca, por ejemplo, que defendieron la licitud del suicidio. Otros lo han considerado como una agresión a los derechos de la divinidad, y hasta ha llegado a ser un delito en algunas legislaciones.

Pero se trata de un tema de reflexión relaciona también con cuestiones como la eutanasia, que es la muerte que se da a enfermos terminales que no desean seguir viviendo; un fenómeno complejo que se plantea ante la decisión moral y jurídica en relación con este mandamiento. ¿Cuándo tiene un paciente derecho a pedir que sus sufrimientos se acaben, que no le prolonguen la vida de manera artificial? En síntesis, cuando un médico no sabe cómo curar a una persona y ni siquiera puede paliar de forma suficiente los sufrimientos del enfermo, ¿qué derecho tiene a mantenerlo vivo? Hay consenso en la sociedad: evitar el encarnizamiento terapéuticos. Es decir, que no se hagan esfuerzos desmesurados, incluso inhumanos, por mantener a toda costa una vida, aunque sea vegetativa, en contra de toda voluntad y esperanza.

Garzón considera que “entran en conflicto el principio de respeto a las vida como bien inalienable y los espacios de libertad y autonomía. En todo caso, si fundimos unos con otros, creo que no tiene sentido mantener la vida cuando ésta en realidad no existe. En estos casos deben primar la libertad y la autonomía de la persona. De lo contrario, lo único que se consigue no es alabar a Dios o justificar un componente ético mínimo, sino una forma de tortura legal”.

Pero una cosa es prolongar la vida activamente y otra muy distinta es terminar con ella de manera también activa. No es lo mismo mantener enchufado a un enfermo que necesita determinado instrumento para seguir viviendo, que poner una inyección o hacer algún tipo de práctica que acabe con la existencia.

“El dejar morir, la eutanasia negativa, es lo que hacemos las personas –dice el padre Busso-, porque llega un momento en que las fuerzas naturales y el conocimiento de la ciencia en ese momento indican que deben bajar los brazos ante la realidad de la naturaleza... Una persona puede decidir sobre su propia vida en ciertos casos, lo que no puede hacer es matarse, pero puede pedir en un momento dado "déjenme morir", que es algo totalmente lícito. Por otro lado, el médico no tiene la obligación de curarlo y en un momento dado tendrá que resignarse y reconocer que "no se puede hacer más", porque cuando no existen más posibilidades cualquier acción terapéutica ordinaria puede transformarse en un acto de crueldad. Un valor al que se subordina el valor primario, pero no absoluto, de la vida propia es el motivo de caridad, como en el caso del martirio o de la ayuda a otro. La misma ley que permite disponer de la vida propia en ese sentido le prohíbe disponer de la ajena por cualquier motivo”.

Se trata de un límite difícil, porque la omisión de un tratamiento es causa de muerte. Por esa razón me parece lícito que exista lo que se llama un testamento vital. Es decir, un documento que firman los individuos cuando están en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, y en el que expresan su deseo de no ser mantenidos con vida en caso de que sus posibilidades de supervivencia sean sólo de carácter artificial. Pero todas estas cuestiones relacionadas con la vida y la muerte no se pueden solucionar y sancionar con un decreto, necesitan y exigen un profundo debate.

Para la religión judía también hay una clara diferenciación entre la eutanasia activa y la pasiva. “Cuando vemos que una persona está enferma –dice el rabino Sacca-, está sufriendo y pide que le quitemos la vida, no podemos hacerlo. La eutanasia activa está prohibida dentro del judaísmo, se la considera un asesinato. La eutanasia pasiva es la abstención de tratamiento al paciente, para que deje de existir por causas naturales. Hay una prohibición de alargar la vida por medios médicos a aquellas personas que inevitablemente van a morir y pasan por un gran sufrimiento. No podemos prolongarle el dolor. Tenemos prohibido por un lado acortarle la vida en forma activa y por el otro producir dolor innecesario”.

Los regímenes totalitarios y el terrorismo son en la actualidad los que ignoran de forma sistemática el quinto mandamiento. Estela de Carlotto dice que “en la Argentina se ha violado en forma terrible por la dictadura militar. Estamos hablando de treinta mil desaparecidos. Utilizamos esta palabra porque no han aparecido, pero después de tantos años, del no regreso de ellos y por propia confesión de los asesinos, estamos hablando de la muerte. Estos cristianos falsos que se persignan y comulgan todos los días han hecho uso de las armas, programado un plan de exterminio ideológico y concreto. Perece mentira que seres humanos hayan hecho esto y que se nieguen a pedir perdón por lo que hicieron”.

Respecto al terrorismo, Garzón dice que “pese a que puede haber diferencias entre organizaciones, todas se plantean la muerte como un elemento más de su estrategia, pero no el único. La muerte es un instrumento más y a veces ni siquiera el más importante, aunque lo más importante sea la pérdida de la vida. Pero respecto al terrorismo hay mucha connivencia, pasividad. Hay incluso planteamientos que apoyan este tipo de soluciones violentas, que de alguna forma infringen el quinto mandamiento, más en el sentido ético que jurídico.

El quinto mandamiento –no matarás- es una ley de extremos, porque cubre las puntas, los cabos de la vida. Por una parte, ¿dónde empieza la muerte, qué la produce? ¿Cuándo podemos dar por irreversible el fin de una persona? En el otro extremo: ¿cuándo empieza la vida, cuándo se da el nacimiento y un conjunto de células, un embrión, se convierte realmente en un apersona?

Es el mandamiento más nuclear, que pone en cuestión permanente lo esencial de nuestra propia condición humana. El “no matarás” ¿afecta a la eliminación de un ser que es viable como persona al comienzo de la vida; o permite de alguna manera hacerlo al final? El “no matarás”, como la propia muerte, pesa y está presente de forma permanente a lo largo de nuestra vida. Nos hace preguntarnos por nuestro origen y por nuestro fin, por nuestras obligaciones respecto de nosotros mismos, por nuestra existencia y por el mantenimiento de nuestra vida.