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Fernando Savater conversa con Dios

Octavo Mandamiento

VIII NO LEVANTARÁS FALSOS TESTIMONIOS NI MENTIRÁS

Fernando Savater

“No levantarás falsos testimonios ni mentirás”. Pero ¿estás seguro de que uno puede hablar sin mentir? Ya sabes lo que dijo Goethe, que tú nos concediste la palabra para que pudiéramos ocultar mejor nuestros pensamientos. Por lo menos, el efecto ha sido ése: la palabra se utiliza para enmascarar, en parte o todo, lo que no se quiere decir.

Esto ocurre en todos los ámbitos y muchas veces lo hemos visto entre tus representante. Cuando se trata de la mentira, es casi inevitable recordar las cosas que, a lo largo de los siglos, hemos tenido que escuchar a tus lenguaraces en la tierra. Me refiero a algunos que, según ellos, tienen una gran relación contigo y no son ejemplos de probidad ni veracidad. Para mí hay algo que no funciona.

Sí... me han dicho... ya sé que tú te propusiste como la verdad, el verbo. Pero ¿cómo logramos casar esa realidad con la palabra? ¿Somos amos de lo que decimos? Se afirma que uno domina sus silencios y no sus palabras. Es probable que sea así, que seamos más dueños de los callamos que de lo que decimos. Cuando hablamos entramos de forma inmediata en el mundo subterfugio, de la ficción, del malentendido... y en nuestro tiempo dominado por la publicidad... bueno ya sé que son cosas que tú y Moisés no pensasteis al propagar este mandamiento. Por aquellos años no existían los publicitarios, Internet, los políticos en campaña electoral, y todas aquellas cosas que llegaron con lo que llamamos la era de la información. Todo muy difícil de prever, incluso para ti.

EL CONTEXTO DE LA MENTIRA

Hay mentiras que pueden ser incluso de cortesía, poéticas, que no tienen que escandalizar ni perturbar. Muy al contrario, algunas se encuentran ya integradas en el juego social. Lo importante en la mentira es el contexto y a quién se miente.

Pero también hay mentiras que son graves y dañinas para la mutua confianza de una sociedad. Son las que entran en el contexto oficial, por ejemplo las del político, las del periodista que tiene que dar información o el maestro que tiene que educar. Ésas son las mentiras peligrosas, las que no pueden ser pasadas por alto.

Sin mentiras la humanidad moriría
de desesperación y aburrimiento.
ANATOLE FRANCE

El problema no es que todo el mundo mienta, sino que determinadas mentiras queden impunes en el contexto oficial. Lo importante es que no sean utilizadas para ir en contra de la justicia, del interés público o individual.

En ese sentido, el mundo anglosajón, con todos sus defectos y sus licencias, suele ser muy estricto. Hemos visto cómo reacciona la sociedad en algunos casos donde está involucrada la máxima magistratura, como el ejemplo de Bill Clinton con la becaria Mónica Lewinsky. Aparte de que el asunto nos parezca más o menos chusco, el problema era la mentira, el hecho de que el Presidente hubiera faltado en algún momento a la verdad. Lo mismo ocurrió con Richard Nixon y el caso Watergate. La verdadera acusación es que, cuando sus votantes, el pueblo, esperaban la verdad del servidor público, éste no la dice. El funcionario miente sentado ante un tribunal, cuando habla a la nación, o cuando se dirige a un grupo de personas que esperan ser informadas. Ése es el verdadero problema y a eso alude el mandamiento.

MENTIRA, FICCIÓN Y CORTESÍA

El arte, el teatro, el cine tienen elementos de ficción. Las cosas que muestran no ocurren en la realidad y nosotros admitimos dicha situación porque sabemos que no es verdad lo que se nos cuenta. Pero al mismo tiempo nos interesan porque tienen un parecido con situaciones que son verdaderas, o porque pueden iluminarnos.

La cortesía está llena de mentiras. Todos nos deseamos unos a otros lo buenos días, decimos a las otras personas que las encontramos con un aspecto excelente, o que estamos encantados de conocerlos. Lo que en general ocurre es que no siempre creemos que los días sean especialmente buenos, ni el aspecto del otro nos parece tan bueno, ni estamos tan encantados de conocerlos. Pero en este tipo de amabilidad está basada nuestra relación mutua y, aunque todos estamos al tanto de la ficción que se esconde detrás de estas fórmulas, nos molesta cuando alguien abusa de su sinceridad y deja de lado la cortesía. Supongo que hay un tipo de mentiras que nosotros exigimos a los demás: las de cortesía, las del arte, las de la ficción, y en ocasiones hasta pedimos que se nos oculten realidades desagradables que no podemos cambiar.

Hay gente, por ejemplo, que si padeciese una grave enfermedad, preferiría que no le dijesen que no tiene cura y pasar así los últimos días convencido de que está mejor y que pronto recuperará la salud. Muchos de nosotros actuamos como aquella señorita Luz, personaje de la obra teatral Mi Fausto, de Paul Valéry, cuando le pregunta a Fausto: “¿Quiere usted que le diga la verdad?”. A lo que Fausto responde: Dígame usted la mentira que considere más digna de ser verdad”. Lo mismo pasa con nosotros. Por una u otra razón, preferimos que nos digan la mentira que el otro considere más digna de ser verdad, o que nosotros vamos a aceptar como más digna de ser verdad.

Hugo Mujica afirma que “el falso testimonio está metido en nosotros. Inventamos con una gran facilidad, y si no lo hacemos creemos todo lo que nos conviene. Vivimos en un mar, ya no diría de falso testimonio, sino de mentira existencial. Nuestra vida es muy falsa. Esto ocurre desde el mismo momento en que somos incapaces de corroborar lo que estamos escuchando, a los que hay que agregar que tenemos una enorme facilidad de transmitir lo escuchado y agregarle inventos. La verdad se ha perdido con esa solidez de una palabra que se dice, con conocimiento o al menos con compromiso”.

Nunca se miente tanto
como antes de las elecciones,
durante la guerra y después de la cacería.
OTTO VON BISMARK

Cuando pensamos en la política, ¿no estamos también engañando o haciendo trampas? Por ejemplo, la gente dice que le gusta la libertad. ¿Realmente es así? ¿Puede vivir en libertad? ¿Acepta los riesgos y las contradicciones que puede tener la libertad? Libertad es también la libertad de equivocarse, de hacerse daño. Lo que sucede es que muchos sólo quieren la parte positiva y buena de la libertad, que se mantenga sin esfuerzo y sin ningún trabajo. La gente quiere que, en un momento determinado, lo que es de su interés, sea llamado justicia o libertad.

Para el judaísmo, según el rabino Sacca, “no levantar falso testimonio es un pilar de la sociedad que se constituye civilizadamente. Si se miente, no se puede formar una sociedad. El que promete no paga, el que compra no retribuye, el que da su palabra no cumple, el que da su testimonio lo hace mintiendo. Es una comunidad condenada a la destrucción. Nosotros consideramos que la sociedad que practica la mentira desaparece, no puede constituirse.

Marcos Aguinis coincide con esta visión: “Culturalmente hay países donde la mentira no es adecuadamente castigada, y esto es muy corrosivo para la sociedad, porque impide tener claridad de rutas, no se sabe con exactitud adónde ir, a qué atenerse, predomina la confusión, el engaño. El orden social requiere que la mentira sea sancionada y que sea aceptada la verdad. Las sociedades que no actúan contra la mentira avanzan más lentamente y tienen más dificultades para resolver sus problemas. Estar en condiciones de aceptar ciertas verdades no es fácil. A veces hay mucha resistencia y miedo de decirlas. La verdad pareciera que es propia de personas más duras, que estén en condiciones de soportar esa herida que produce enterarse de algo malo, pero que sabiéndolo están en posición de lograr superarlo”.

En lo que a mí respecta, no creo haber sido más mentiroso que otros a lo largo de mi vida. Es probable que le deba esta tendencia espontánea a la sinceridad a algo que me ocurrió cuando era muy pequeño. Cuando tenía cinco años mis padres me habían puesto un profesor particular para que me preparara en las primeras letras y números. Era una persona muy bondadosa, amiga de la familia. Pero a mí me fastidiaba mucho tener que estar con él en lugar de jugar con mis hermanos. Lo peor era que siempre me dejaba deberes para que practicara fuera de la clase. Eso ya me resultaba intolerable. Entonces un día, con toda tranquilidad, le mentí: “Mis padres me han dicho que no me ponga usted deberes, porque no quieren sobrecargarme de trabajo”. Este pobre hombre tan bondadoso y crédulo me contestó: “Ah, bueno, pues nada, no te pondré deberes”. A los dos días, cuando mi madre salió a despedirlo, se enteró de la conversación y se indignó. A partir de ese momento me di cuenta de que la mentira puede traer malas consecuencias.

También reconozco que en otra ocasión he prestado falso testimonio. En la época de la dictadura de Franco, un amigo fue detenido por haber repartido propaganda política, y yo testimonié ante el tribunal que él estaba conmigo en la otra punta del universo. Pero nunca tuve ningún conflicto con ese tema, porque en las dictaduras todo es falso, no sólo el testimonio que uno presta.

Tal vez he mentido a bastantes mujeres. Pero no lo hacía cuando les decía que las quería, sino cuando afirmaba que no quería a nadie más.

De cualquier modo, insisto en que no creo haber mentido más que otros y, aunque me interesa el mundo de la ficción, también me gusta la exactitud. Quizá, en ese sentido, me parece que la filosofía es la búsqueda de la verdad.

INFORMACIÓN Y MENTIRA

En los últimos cien años la información se ha convertido en el eje de la sociedad. Las personas más poderosas son aquellas que tienen información de primera mano, y su poder es mayor incluso que el de los que poseen bienes tangibles. La diferencia estriba entre quienes hacen llegar la información a los demás y entre aquellos que las reciben. Estas diferencias son esenciales y de ahí surge la verdad como un tema clave.

Todos sabemos que la información no puede ofrecer verdades absolutas. No es lo mismo el terreno de la información que el de la opinión. Los medios de comunicación tienen que distinguir entre dar información, para lo cual deben atenerse al máximo a la objetividad de los hechos, y ofrecer opiniones, que son personales, son interpretaciones y van firmadas.

La opinión no tiene que ser creída con la misma certeza que se le da a la información objetiva. Hay que tener en cuenta además que los informadores trabajan en medios de comunicación, algunos de los cuales forman parte de grandes conglomerados que tienen sus propios intereses, que muchas veces no coinciden con ofrecer buena información a la sociedad, sino son la búsqueda de poder para acrecentar sus negocios. No hace falta nada más que ver la oferta de varios medios de comunicación, para darse cuenta de cómo cada uno de ellos –de algún modo- está al servicio de grupos de presión, partidos políticos, etc. Esto no quiere decir que falseen la información, sino que la están sesgando, hacia lo que interesa a su sector. Dudo que exista una solución definitiva a este problema. La única que se me ocurre es comprar varios periódicos y revistas, ver distintas cadenas de televisión y escuchar muchas radios. Es decir, buscar uno mismo la información en diversas fuentes, contrastarla y crearse su propia visión. Pero, por supuesto, esto no está al alcance de todo el mundo por razones económicas y de tiempo.

Lo que me preocupa no es que hayas mentido,
sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti.
FRIDRICH NIETZSCHE

Según Hugo Mujica: “En los medios se recicla la palabra como mercancía porque hay que transformarla en un producto vendible. La palabra puede ir asociada a la mentira como seducción. Pero lo curioso es que nadie pide la verdad, como dice un tango: “Mi corazón una mentira pide”. Creo que partimos de la mentira porque estamos instalados en la mentira”.

Hace poco leí en la prensa una noticia que me pareció muy curiosa. Se iba a crear en Estados Unidos algo así como una oficina de mentiras para esparcir rumores intencionados que beneficiaran, por ejemplo, a la lucha contra el terrorismo. Al día siguiente salió un desmentido oficial sobre la creación de semejante agencia. Entonces muchos pensamos que ésa había sido la primera tarea de la central de creación de mentiras: decir que no existía.

Los rumores interesados se han utilizado en todas las épocas. Winstonn Churchill lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial. Inventaba supuestos éxitos de sus tropas frente a Alemania, para mantener el ánimo de la población.

Recordemos los rumores que se hicieron correr sobre que los judíos envenenaban los caramelos que les daban a los niños o contaminaban el agua potable. Falsedades que fueron la base de atroces persecuciones.

LA GUERRA DE LOS MUNDOS

Un caso histórico en este sentido fue la recreación radiofónica que hizo Orson Welles de La guerra de los mundos, la novela de H. G. Wells que cuenta una invasión de la Tierra por parte de marcianos que empiezan a cometer todo tipo de atropellos por el mundo. El programa de radio era tan realista que la gente que conectó con la emisora cuando la narración ya estaba avanzada creyó que se estaba dando una noticia. Se informaba de que habían llegado unas naves que estaban destruyendo las ciudades. Se creó una situación de pánico que con el tiempo pareció divertida, pero que en su momento produjo escenas dramáticas. El episodio resultó ser una muestra del poder de la radio y de la información, cuando su único objetivo consistía en hacer un buen producto artístico. Sirvió de alerta sobre la importancia de los medios de comunicación y el peligro de difundir falsedades, medias verdades, trastocar opiniones de la gente y crear pánicos y entusiasmos infundados.

Una de las tendencias de quienes están en posesión del poder consiste en cambiar el pasado mediante mentiras y hacer desaparecer realidades que no les gustan. En ‘1984’, la novela de George Orwell, hay un Ministerio de la Mentira, dedicado a cambiar la historia de forma permanente y transformar la realidad, una copia de los que ha ocurrido en los últimos cien años.

Recuerdo que en los pasillos de mi colegio estaban las fotografías de las anteriores promociones. Hubo en España un famoso asesino múltiple, Jarabo, que había pasado por esas aulas. Las autoridades del colegio borraron con acetona la imagen de Jarabo niño. Se trata de un claro ejemplo de cómo hacer desaparecer, el nombre del presente, a una persona del pasado.

El franquismo lo hacía siempre. Se prohibía mencionar los nombres de determinados escritores, cineastas o artistas adversos al régimen. Stalin también hacía borrar de las fotografías oficiales a Trotski o cualquiera de los enemigos que iban cayendo en desgracia. Este intento permanente de transformar el pasado, de cambiar las cosas, la realidad que no queremos aceptar acaba en la supresión por decreto.

Hay algo que siempre me ha fascinado cada vez voy al supermercado a hacer algunas compras y me encuentro con unos botes con zumo de naranja que dicen. “Frutas recién exprimidas”. Es obvio que, si el zumo está dentro de un recipiente, y éste fue de la fábrica al supermercado, puede ser cualquier cosa, menos “recién exprimido”. Todos sabemos que se trata de algo imposible, pero lo aceptamos y no querríamos que pusieran otra cosa en la publicidad. No estaríamos de acuerdo si anunciaran: “Zumo de naranjas exprimidas hace quince días, pero que está bastante bien todavía”. No, queremos que se nos garantice la frescura y la inmediatez que es sencillamente imposible. Ésta es una situación que se repite con diferentes productos que la publicidad anuncia y que asumimos como una ficción. En general, la publicidad es una especie de elemento amplificador de la fantasía humana que primero adivina y a continuación corporeiza las ilusiones que proyectamos sobre cosas muy sencillas, cuya utilidad puede ser más o menos indudable, pero que desde luego, no van a tener efectos asombrosos sobre nuestras vidas. La publicidad es una fábrica de sueños, de inventos maravillosos, que nosotros creamos en nuestro interior y que ella materializa en el exterior.

Según Marcelo Capurro, “la publicidad no miente. A veces exagera, radicaliza conceptos y extrema situaciones para llamar la atención. Nadie cree, salvo en niveles culturales muy bajos, que “Este jabón lava más blanco que este otro”. Los jabones lavan más o menos parecido. Lo que sucede es que la publicidad genera afectos, simpatías y adhesiones que a veces están relacionadas con el actor o modelo que aparece en el anuncio. La publicidad es condenable cuando apela a la mentira directa y flagrante. Pero, en líneas generales, se trata de exageraciones que en términos católicos yo definiría como pecados veniales”.

OMISIÓN Y OCULTAMIENTO

No todas las mentiras lo son en el sentido positivo, ya que se puede decir algo que no necesariamente sea falso. Uno también miente cuando no dice algo que es verdadero y cuya omisión hace que cambie el sentido de las cosas. Por ejemplo, en los contratos que hacen las personas para comprar una casa, un apartamento o cualquier otra cosa, se omite lo que suele llamarse la letra pequeña, lo que puede convertir en negativo lo que parecía muy positivo. En los juicios, omitir un pequeño detalle es falso testimonio, porque con ese ocultamiento se desvirtúa el resto que se cuenta. Se trata de una acto más sutil, porque no se puede reprochar una mentira al individuo, pero puede crear una situación perversa en juicios, en política o cuando se habla a la opinión pública.

“Para nosotros la omisión es condenable –explica el rabino Sacca- cuando esconde un testimonio ante los tribunales. El individuo sabe algo, no se presenta y no lo dice. Es una acción, pero es incorrecta. Pero en la vida cotidiana hay omisiones que pueden ser correctas. Por ejemplo, cuando se trata de preservar una buena relación familiar entre un hombre y una mujer y uno de ellos omite hacer un comentario que puede traer una discusión. En ese momento es preferible callar aunque lo que se estaba por decir fuese verdad. Otro caso se da con las malas noticias, que hay que tratar de no darlas en la medida en que se pueda, en la que el otro no tenga la obligación de conocer lo ocurrido”.

Para el padre Busso “omisión puede llegar a ser también el consentimiento de una verdad. Muchas veces el que calla otorga. El padre son los hijos hace omisiones de muchas cosas, a sabiendas, porque va contestando de acuerdo a las preguntas que va haciendo el chico, en la medida que crece, y eso no puede considerarse como mentira. El ocultamiento de toda la verdad a veces puede ser una obligación. Otro tema es la restricción mental. Es lo que utilizamos para salvar los secretos más sagrados, por ejemplo, en ciertos casos límite. No podemos decir mentiras, pero podemos hablar sobre un tema determinado, mediante generalidades para no revelar el secreto”.

Quienes no somos creyentes no tenemos ningún inconveniente en engañar a un sicario de un dictadura o a un asesino. Si a mí un terrorista de la ETA o un agente de algún dictador, me pregunta algo y yo puedo engañarle, lo haré sin ningún escrúpulo y con toda tranquilidad para de esta manera ayudar a gente perseguida por ellos, o simplemente par fastidiarlos. En este caso no me consideraré de modo alguno reo de faltar a la verdad.

Pero éste es mi punto de vista. Kant no coincidirá conmigo, ya que escribió un opúsculo donde dijo que no podía mentirse en ninguna condición, ni siquiera para salvar la vida de un inocente.

Para quienes acuñaron este mandamiento la cuestión crucial era el testimonio en los procesos penales, que no tenían otra forma de prueba más que la palabra dada por las partes, por lo cual era imprescindible la sinceridad de quienes declaraban.

¿Qué es la verdad? Así interrogó Pilatos a Cristo en una ocasión célebre. Uno de los grandes filósofos medievales, santo Tomás de Aquino, la definía diciendo que es la adecuación del intelecto, la inteligencia humana y la cosa; la adecuación del intelecto con la realidad. Pero a nosotros la que nos interesa es la verdad que surge del mandamiento: no levantar falso testimonio, no mentir. Es la verdad que se adecua entre lo que nosotros intelectualmente captamos como realidad y lo que decimos o lo que contamos. En ocasiones, por razones morales o jurídicas, debemos decir exactamente lo que sabemos o lo que creemos que es cierto y se ajusta a la realidad. En otras, no es obligatorio. También existen cuestiones triviales en las que es superfluo decir o no la verdad que en otros momentos se nos puede exigir. Lo peligroso, en definitiva, es cuando la mentira causa graves perjuicios a los individuos o a la comunidad en general.